Nuestra Señora del Perpetuo Socorro
Nuestra Señora del Perpetuo Socorro es la patrona de los que consagran su vida a consolar a los demás, a confortarlos, a curarlos, a darles confianza en el mañana. Por eso, María, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, se convirtió en la Patrona de la Sanidad Militar española desde el día 26 de julio de 1926, porque así lo dispuso oficialmente el mando, quedando reflejado en la C.L. (núm. 269).
El Icono de Santa María del Perpetuo Socorro figura entre las representaciones más populares de la Madre de Dios. En el Santuario de Granada se venera una copia del icono original que se encuentra en la Iglesia de San Alfonso de Roma. Su desconocido autor pertenece a la escuela de Creta. Pictóricamente es uno de los denominados iconos de las "Vírgenes de la Pasión".
LA CARIDAD
En el verano de 1873, La Reina Carlista Margarita fundó la asociación “La Caridad” con el fin de atender a los heridos en la guerra. Empezó a funcionar a primeros de 1874 en su sede de Pau. La asociación llegó a fundar hasta 22 hospitales a lo largo de la guerra, siendo los más importantes los de Iratxe y Lesaka.
ESCUDO TALLADO EN MADERA y policromado (casi un metro de largo) procedente del HOSPITAL "ALFONSO CARLOS" DE PAMPLONA, donde se reponían muchos de los Requetés heridos en la Cruzada y otros combatientes de ambos bandos.
"Museo de Tabar"
En recuerdo de los Heroicos Camilleros de los Ejércitos Nacionales que en muchos casos sacrificaron su vida por salvar la de sus compañeros y no me olvido de los Mulos "machos" que tanto servicio prestaron a los Ideales de la Lucha de mis Bravos Requetés donde las ambulancias no llegaban.
Herreros de Tejada en una visita al Hospital de Logroño
Extracto del Trabajo publicado en Internet:“Los pies de Teruel”. Asistencia y tratamiento de las heridas por congelación en los hospitales navarros durante la guerra civil P. Larraz1, C. Ibarrola2 1. Médico de Familia. 2. Médico de Familia. Centro de Salud Ermitagaña.
INTRODUCCIÓN
Durante el invierno 1937-38 en la ciudad de Teruel y sus proximidades tuvo lugar una de las mayores batallas de toda la guerra civil española que pasaría a la historia como la desarrollada en condiciones ambientales más extremas. Sus consecuencias en el campo sanitario fueron un ingente número de combatientes de ambos bandos con lesiones debidas en su mayoría no a las balas o metralla, sino a la exposición prolongada del cuerpo a un frío extremo. Los sistemas de evacuación y las redes de asistencia hospitalaria de ambos ejércitos sufrieron un colapso a partir de diciembre de 1937, y las consecuencias no tardaron en sentirse en las zonas situadas “a retaguardia”.
Navarra contaba en diciembre de 1937 con 18 centros hospitalarios en funcionamiento destinados de forma específica, total o parcialmente, a la atención de enfermos o heridos de guerra, integrados dentro de la red de hospitales militares del ejército nacional como “establecimientos de segunda línea”.
Sin embargo, tras la saturación de todos los centros sanitarios de la provincia de Zaragoza –principal bastión sanitario del ejército sublevado en el Frente de Aragón– durante las últimas semanas de 1937, los hospitales navarros pasaron a ser destino de numerosas evacuaciones directas desde los mismos campos de batalla de Teruel que, sin escala en la capital aragonesa, “desembarcaban” diariamente en la pamplonesa Estación del Norte.
Los últimos días de 1937, la Jefatura de Sanidad ordenó a todos los hospitales de la capital la ampliación urgente del número de camas y aceleró la creación de nuevos centros sanitarios en otras localidades. Los hospitales militares de Falces, Lumbier, Aoiz y el “José Antonio” de Pamplona abrieron sus salas en los primeros días de 1938, mientras que el resto de centros navarros ampliaba su capacidad de forma apresurada. Por ejemplo, el Hospital “Alfonso Carlos”, instalado en el Seminario de Pamplona, pasó en dos meses de 780 camas a albergar más de 1.300. En cuatro meses, los establecimientos de guerra navarros casi duplicaron su capacidad para poder acoger hasta 4.970 hospitalizaciones. Victoriano Juaristi, cirujano del Hospital Militar de Pamplona, describía el panorama de este modo: “Nuestro hospital volvía a actuar como si fuera del frente. Recibimos heridos desde el campo de batalla casi directamente, o con muy breve escala en Zaragoza”.
A pesar de estas medidas la situación desbordó todas las previsiones. Tras la saturación de los centros sanitarios de Pamplona, varias evacuaciones de heridos por congelaciones terminaron en pequeños hospitales de convalecencia de la Ribera de Navarra, sin apenas medios técnicos ni personal sanitario preparado, y otras muchas continuaron ruta por ferrocarril hacia establecimientos del País Vasco, Castilla, Asturias, Santander y Galicia. A partir de marzo de 1938, con la mejoría de las condiciones meteorológicas, remitieron las evacuaciones masivas y el funcionamiento de la red de hospitales militares en Navarra se estabilizó.
Hasta la batalla de Teruel, los antecedentes médicos más próximos en el tratamiento de las lesiones por congelación se remontaban a los célebres “pies de trinchera” de la Gran Guerra europea de 1914-1918. Además, el número de congelados durante el primer invierno de contienda civil (1936-1937) había sido muy escaso.
Este período, sin duda el más intenso desde el punto de vista asistencial en los hospitales navarros, dio pie a la aplicación y el desarrollo experimental de técnicas médicas y quirúrgicas en el tratamiento de una afección novedosa: las lesiones por congelación. Así lo percibieron tres facultativos destinados en los equipos quirúrgicos de los principales hospitales militarizados de Pamplona: Victoriano Juaristi Sagarzazu, del Hospital Militar de Pamplona; Pascual Ipiens Lacasa, encargado del Servicio de Cirugía General, Traumatología y Urología del Hospital Provincial; y Andrés Martínez Vargas jefe de las salas de cirugía del Hospital “Alfonso Carlos”. Conocedores de la excepcionalidad de las lesiones y apoyados en una casuística numerosa registraron el resultado de sus experiencias y dejaron constancia escrita de sus impresiones personales. Además, Carlos Gil y Gil, radiólogo del Hospital Provincial y encargado del Servicio de Onda Corta establecido específicamente por la Dirección de Sanidad Militar para el tratamiento de las congelaciones, recogió los resultados de sus experiencias en un artículo publicado en 1939 por la Revista Española de Medicina y Cirugía de Guerra.
Este material, junto a las estadísticas recogidas por la Jefatura de Sanidad y los testimonios de personas implicadas directamente en los acontecimientos, nos permite analizar este episodio sanitario desde perspectivas diferentes y confrontar, 65 años después, opiniones, tratamientos y resultados sobre la misma afección, un caso inusual en la medicina de nuestra guerra civil.
CONDICIONES EXCEPCIONALES
Las consecuencias de la exposición prolongada de los tejidos a temperaturas muy bajas son bien conocidas. El frío forma cristales con parte del agua estructural de las células, lo que supone un aumento de la concentración de sales en el resto del agua y, como consecuencia, la desnaturalización de las proteínas. Además, la alteración sobre las células endoteliales provoca un aumento de la permeabilidad capilar con trasudación y agregación de los hematíes que, en último término, desencadena la oclusión de la luz vascular y la consiguiente isquemia. Patólogos franceses y alemanes, a raíz de sus estudios sobre las lesiones por efecto del frío durante la Primera Guerra Mundial, apuntaban en 1937 a la desnaturalización de las proteínas y, sobre todo, a la isquemia vascular secundaria al espasmo arterial originado por el frío como causas principales de las lesiones histológicas por congelación, hacia las que orientaron buena parte de sus tratamientos.
El fenómeno se ve condicionado por tres factores principales: el grado de temperatura del ambiente, el tiempo de acción del frío sobre el organismo y la naturaleza del medio en el que tiene lugar el fenómeno. Durante la batalla de Teruel las condiciones fueron extremas: según los partes meteorológicos del ejército, las fuerzas destacadas en las inmediaciones de la capital turolense soportaron temperaturas que oscilaban entre los seis y los veinte grados bajo cero, a unos 1.200 metros de altura de media y con predominio del viento norte. Respecto al tiempo de exposición, queda constancia de la especial “peligrosidad” de las guardias nocturnas, en las que el soldado debía permanecer varias horas seguidas a la intemperie en puestos de primera línea, inmóvil, en silencio y sin posibilidad de encender fuegos que delataran su posición. Una de las primeras medidas adoptadas por los mandos de ambos ejércitos contendientes consistió en acortar la duración de las guardias y supervisar la correcta indumentaria de los soldados. Un voluntario navarro reflejó en su diario el dramatismo y la crudeza de la situación, al recordar su guardia de la noche del 31 de diciembre de 1937 en la posición de “La Muela”, a las afueras de la ciudad de Teruel: “Me toca la primera guardia. A pesar del pasamontañas no siento las orejas. Recuerdo otras nocheviejas en casa, todos juntos; pienso en los míos y en lo que ellos estarán pensando en mí (…). Hay momentos en que el frío me va a hacer gritar y pienso que no voy a poder resistirlo. Es tremendo”.
LAS BAJAS POR CONGELACIONES
A pesar de las medidas anteriormente descritas, el porcentaje de bajas sufridas por las unidades que tomaron parte en la batalla fue el más alto en toda la contienda. El general D. Rafael García-Valiño y Marcen, que mandaba la Primera División de Navarra (unos 15.000 hombres), cuantificó en más de 3.500 los casos de congelación sufridos por sus soldados. Una de las unidades, el Tercio de Navarra, por ejemplo, perdió en Teruel la mitad de sus efectivos: 303 muertos, entre heridos y congelados. En total, según los diversos autores, las bajas sufridas por los nacionalistas durante la batalla de Teruel superaron las 54.000; de ellas, más de 18.000 debidas a congelaciones. Entre las fuerzas republicanas el total de bajas rondó los 60.000 hombres, un tercio de ellas también como consecuencia del frío.