Batalla del Monte Oriamendi
Cada posición era tomada a paso de
carga y los cadáveres
ingleses marcaban los puntos que habían defendido. El 6º de Guipúzcoa se
hizo con la altura de Bertizarán haciendo huir a los ingleses que la
defendían, y el intrépido voluntario José Arteaga se apodero de la bandera
del 9º batallón de la Legión Británica, matando al oficial que la llevaba.
Cinco horas de fuego y lucha, así como de brillantes cargas de caballería
habían reducido a los enemigos a la sola altura de Oriamendi. Contra este
ultimo reducto
convergieron las fuerzas carlistas de Villareal, Alzaa y Goiri, siendo el
desastre y los muertos liberales extrema. Se dice que fueron tantos que por
no enterrarlos, los hacinaron y pegaron fuego. El resto de las fuerzas
cristinas e inglesas fueron a escape hacia San Sebastián en busca de refugio
siendo constantemente perseguidos por los carlistas, los cuales a punto
estuvieron de entrar en San Sebastián a no ser por las descargas desde Ayete
de un batallón de la Marina inglesa al mando de Lord John Hay.
Melchor Ferrer Dalmau
(Historia del tradicinalismo Español)
Cuadro del Maestro Pintor D. Augusto Ferrer Dalmau "Oriamendi"
(Vivencias personales en la Guerra Civil de D. José Álvarez Límia)
El tercio Oriamendi se constituyo en Guipuzcoa tomando el nombre del monte (mendi) Oria, Oriamendi es igualmente el titulo del himno del requeté de autor desconocido cuya partitura apareció en una batalla en la primera guerra carlista y se le adapto la letra "Por Dios, por la Patria y el Rey...". Antes de continuar aclarar que un tercio es equivalente a un batallón del ejército. La creación de esta unidad posiblemente constituya un caso único por que cada Compañía estaba formada por voluntarios de una misma localidad. Así la 1ª eran jóvenes de San Sebastián, la 2ª de Tolosa, la 3ª de Ordicia y la 4ª de Beasain, en esta última sirvió José.
Tercio Oriamendi en la Campaña de Aragón
Vayan por delante algunos datos familiares: éramos siete hermanos nacidos en el
seno de una familia de profundas raíces cristianas, los cuatro varones
recibimos formación en el colegio que los Hermanos de La Salle tenían en
Verín. Al iniciarse el Alzamiento de Franco, Rafael, recién licenciado
del servicio militar, fue movilizado para incorporarse a las tropas que
mandaba el General Varela. Antonio, con dieciocho años recién cumplidos,
salió con el primer grupo de requetés de la localidad (una decena,
aproximadamente) encabezado por Ricardo Cid Toubes (carlista de pura
casta, hijo y nieto de carlistas) que aparece citado en la obra
"Los combatientes carlistas en la guerra civil española" como alférez de la Compañía de requetés
orensanos, página 301, tomo II.
Ocurría en octubre del 36, y la primera carta suya llegó a casa un mes después.
Poco más o menos, en la que
daba cuenta de que se encontraba con sus compañeros en el Tercio de
Cristo Rey, a las puertas de Madrid. Jesús, que era dos años mayor que
yo (16 años) salió con otro grupo un par de meses más tarde para
incorporarse, con otros compañeros orensanos en el Tercio Abárzuza, que
operaba en el Alto de los Leones. Mi incorporación a la guerra ocurrió
en noviembre del 37 y diez meses más tarde llegó la reclamación de
oficio de mi padre, que me devolvió al seno de la familia. De las tres
mujeres (nuestra madre murió como consecuencia de mi alumbramiento), la
mayor de todos, María Luisa, falleció algunos años antes de iniciarse
la guerra; la que la seguía en edad, Josefa, había ingresado en un
convento de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, y Celsa, la más
joven (tres años menor que Rafael y dos mayor que Antonio) se incorporó
voluntaria, como auxiliar de enfermería, en el hospital militar montado
en las instalaciones del Gran Hotel del Balneario de Cabreiroá. La tía
Celsa, hermana de mi padre, que sacó adelante mi orfandad y cubrió
muchas carencias de toda la familia, soltera y en buena situación económica,
aportó al inicio del Movimiento un lote de valiosas joyas (que entregó
personalmente al General Millán Astray) y muchas oraciones y lágrimas.
En su casa, que era la mía, se salvó uno de las más buscados
“rojos” de la Villa, llamado Antonio García, “el panadero” al
que me mandó ocultar en el rincón de una cuadra. Allí permaneció tres
días con sus noches, mientras en la planta superior de la vivienda dormía
el tío Manolo, carabinero (guardia de fronteras) concentrado con los demás
compañeros de zona para ocuparse del orden público en Verín y su
comarca. Mi padre se incorporó a la Orden de los Caballeros de Santiago,
que se encargaban de mantener el orden en los pueblos, ayudar en labores
de ayuda y asistencia, y tratar de impedir desmanes por parte de los
falangistas radicales. No portaban ningún tipo de armas. Así, pues, de
una manera u otra, toda la familia estuvo implicada en aquella
guerra.
Con el grupo de orensanos voluntarios conducidos desde Las Arenas (Bilbao) por
el Teniente Basauri, me incorporé al Tercio Oriamendi en la primera
quincena de Noviembre de 1937, en Mañeru (Navarra) cuando la Unidad se
hallaba de descanso. Un descanso que se prolongó hasta los primeros días
del mes de diciembre, con permanencias de algunos días por dos o tres
pueblos de la región. De allí nos trasladamos a la provincia de
Guadalajara: Salinas de Medinaceli, Ribas de Saelices y Saelices de la
Sal, donde se hallaba no sé si de guarnición o descanso la 1ª Bandera
de Falange de Orense en la que militaban muchos jóvenes verinenses.
Pienso que el Tercio estaba destinado para ocupar posiciones en el frente de
Guadalajara; pero la ofensiva republicana sobre Teruel determinó su
traslado a Santa Eulalia y Gea de Albarracín. Esto ocurría en la tercera
decena de Diciembre, para comenzar la campaña del Bajo Aragón. Estoy
convencido de que nuestra partida hacia el frente para acudir en socorro
de los defensores de Teruel, se produjo con unos diez días de retraso,
tal vez por un cálculo equivocado de los efectivos que el enemigo había
puesto en su ofensiva. Acudimos al combate y el primer golpe lo recibimos
en Montordo, en la madrugada del día 28, durante la celebración de una
Misa de campaña. Fue, precisamente, en el momento de la consagración
cuando la artillería enemiga comenzó un bombardeo que se prolongó
durante quince minutos, poco más o menos. Una eternidad para mí, que con
el resto del grupo orensanista, recibía el bautismo de fuego. Aquel día
comenzó para el Tercio Oriamendi la batalla de Teruel. Y al día siguiente
participamos en el ataque a la posición de Los Morrones, cuando las
temperaturas descendían por debajo de los cero grados. A partir de ahí
nuestro avance sobre Teruel se hizo imparable; las tropas enemigas disparaban de lejos y, ante nuestra insistencia, nos iban cediendo
terreno. Transcurrió el día 30, y el 31 parecía una copia del anterior;
y lo fue hasta las últimas horas de la tarde, que comenzó a nevar
copiosamente y la temperatura descendió ya de una forma brutal.
Nuestra
marcha sobre la árida meseta, que nos acercaba a la Ciudad, se hizo más
animosa, pensando en la pronta liberación de nuestras tropas sitiadas. Anochecía
cuando los compañeros empezaron a cantar: “Los requetés son valientes/
Nadie lo podrá negar/Luchan en todos los frentes/ Y Aragón van
conquistar”. Y descendimos hasta el llano con Teruel a tiro de piedra,
completamente a oscuras; pero nos ordenaron acampar al pié de La Muela,
protegidos por un pinar que nos proporcionó abundante leña para encender
hogueras. Y en medio de un profundo y extraño silencio, pudimos dormir,
acariciando entre sueños el triunfo que nos brindaba el próximo
amanecer... No pudo ser, porque al despuntar el alba un sorpresivo e
intensísimo fuego de fusilería, ametralladoras; morteros y artillería
de distintos calibres, nos obligó a tomar posiciones en la parte alta
para, por lo menos, defender lo conquistado. Era el día 1º de Enero de
1.938; la nieve alcanzaba ya una altura de unos 30 centímetros y la
temperatura descendió por debajo de los 14 grados. La penosa situación
en que se encontraba el Tercio, y la más grave de los sitiados que
terminarían por rendirse, me reafirmó en mi convicción, expuesta más
arriba, de que quienes planearon la operación, lo hicieron con un retraso
de diez días. Porque, nuestro Tercio, con el resto de las unidades de la
Brigada o División, estuvimos rascando la barriga entre el 17 y el 28 de
diciembre en Saelices de la Sal, Santa Eulalia y Gea de Albarracín,
mientras el enemigo acumula tropas y abundante material al cerco de Teruel
a marchas forzadas. Afianzamos nuestras posiciones, cavando cuevas para
poder descansar y dormir; puede decirse que nuestra vida transcurrió bajo
tierra durante casi dos meses, y solamente por la noche salíamos a pasear
por el exterior. El enemigo nos sometió a durísimos ataque,
principalmente a lo largo de la primera quincena del mes de enero. Nuestra
Compañía, la 4ª, sufrió bastantes bajas, entre ellas la del Capitán,
Enrique Jiménez Porras y mi paisano, Nicolás Rodríguez, fornido y
robusto, a sus 16 años recién cumplidos. También hubieron de ser
hospitalizados, con síntomas de congelación, un importante número de
compañeros y algunos, entre ellos mi otro paisano, José Quinto,
sufrieron amputaciones que les inutilizaron para seguir la lucha. A partir
de ahí el ímpetu enemigo decayó hasta casi extinguirse, con solamente
algunos ataques ocasionales, muy esporádicos y sufriendo siempre
importantes bajas el enemigo. Y esta situación se prolongó hasta la
segunda decena de febrero. Eso si, casi a diario la aviación nos
obsequiaba con unos espectaculares combates de escasa duración, porque la
superioridad de los nuestros cazas era manifiesta. Y en dos o tres
ocasiones una escuadrilla de “ratas”(Aviones de fabricación soviética) ametralló nuestras
posiciones, pero sin hacer blanco, ya que, como he relatado, teníamos
buenos refugios.
Y llegó nuestra definitiva ofensiva. El 19 y el 20 de febrero nuestra
aviación inició un intenso bombardeo de las posiciones enemigas,
mientras nosotros, asombrados y atónitos, veíamos llegar una escuadrilla
de bombarderos como dejaban caer su mortífera carga; pero antes de
desaparecer por el lado opuesto aparecía otra escuadrilla que seguía los
mismos pasos. Así durante horas. Por fin, el día 21, nos ordenaros salir
de nuestras trincheras para ocupar las enemigas, y nos lanzamos gritando:
“¡Viva Cristo Rey, viva España!”( los requetés jamás pronunciamos
el famoso “arriba España” de los falangistas). El trecho entre
nuestras trincheras y las de la primera línea enemiga era muy corto, por
lo que pronto nos encontramos (nuestro pelotón) con una veintena de sus
defensores, en plan de rendición (en pié y con los brazos en alto);
aparecieron ante nosotros de rodillas, con las manos juntas, implorando
perdón. Fue un espectáculo penoso: semidesnudos, sucios, rostros y manos
ennegrecidos... A partir de ahí nuestro avance ya se hizo imparable,
haciendo numerosos prisioneros y ocupando depósitos de municiones y
armamento. Tomamos Villaescusa y varias cotas del monte Galiana; pero para
darnos un respiro y disfrutar de un merecido descanso, nos enviaron a
Cella . El Mando debió pensar que nos aburría el descanso y una noche de
mediados de marzo nos embarcaron en camiones para dejarnos en Molina de
Aragón, importante ciudad que, pese al nombre, pertenecía a la provincia
de Guadalajara. Allí se había amotinado un Tábor de Regulares.
Afortunadamente, no hubo lucha; los amotinados se rindieron ante la
llegada de nuestro Tercio y en la fría madrugada del día siguiente a la
rendición, fueron fusilados los cabecillas por un pelotón del propio Tábor,
que nos obligaron a presenciar.
Y nos trasladamos a la Provincia de Huesca para iniciar las operaciones en
el Alto Aragón. Tras unos pocos días en el castillo de Argos, a pocos
kilómetros de Huesca, nos lanzamos a la conquista del castillo de
Montearagón el día 25, el 26 Siétamo y Velilla; el 27 Angüés, pasando
el río Alcanadre, para ocupar Las cellas y el 28 la importante ciudad de
Barbastro. Existía el temor de que las tropas enemigas defenderían la
Ciudad, por lo que a la distancia de un kilómetro, poco mas o menos, de
las primeras casas, se nos ordenó la aproximación en despliegue, para
avanzar formando un semicírculo con el fusil a punto y la bayoneta
calada. Y así, con mucha cautela todos nuestros efectivos penetramos
simultáneamente por varios puntos distintos en una ciudad sumida en tan
profundo silencio que parecía deshabitada: pero comenzó un repique de
campanas y el vecindario se fue dejando ver tras los cristales de ventanas
y galerías, mientras nosotros nos felicitábamos entre sí. En todo este
recorrido el enemigo ofreció muy escasa resistencia. Ante nuestra
proximidad se batían en retirada, mientras los pueblos quedaban
desiertos. La excepción, en este caso, se dio en Barbastro donde huyeron
las tropas que deberían defender la Plaza, pero no los habitantes
residentes, salvo las lógicas excepciones de matiz político. Y poco a
poco las calles y plazas empezaron a cobrar vida. La gente se abrazaba
entre sí, nos hacían partícipes de sus abrazos y nos colmaban de besos,
con enfervorizados y emocionados gritos: “¡Viva España! ¡Vivan los
Requetés! ¡Vivan las Brigadas de Navarra!”.
Pero el enemigo nos la “tenían preparada” al otro lado del Cinca, con la
voladura de puentes y, especialmente las compuertas del embalse de
Barasona. El paso del Cinca se llevó a cabo la tarde del día 29 con
importantes bajas para las tropas nacionales que operaban a nuestra
izquierda, río arriba.
El 29, sobre las tres de la tarde, emprendimos la marcha para cruzar el río
Cinca. Todo el Tercio Oriamendi se desplegó muy cerca de la orilla,
teniendo a la derecha al Tercio de Nuestra Señora de Begoña y a la
izquierda el de Nuestra Señora La Virgen Blanca, de Bilbao y Vitoria,
respectivamente. A mi compañía le correspondió hacerlo en una zona en
la que el río se abría en dos canales, formando un islote de arena y
gravilla de aproximadamente un Km. de largo. Dos aviones de reconocimiento
sobrevolaban una larga elevación del terreno que se extendía a lo largo
del río, más allá de lo que alcanzaba mi vista tratando de observar
presencia de tropas enemigas y como no se detectó tal presencia, no se
ordenó la actuación de nuestros aviones de bombardeo. Gravísimo error,
que se saldó con muchos muertos. Río arriba se produjeron grandes
explosiones y, poco después, se nos dio la orden de cruzar el río y
ocupar la loma de la otra orilla. Puse mi equipo sobre la cabeza y me
adentré en las aguas del primer canal que me cubría hasta la altura de
las tetillas. (Yo medía 1,65 metros pero era fuerte y robusto). De pronto
una tremenda lluvia de fuego de fusilería y ametralladora me salpicaba
por todas partes: alcancé el arenal, me tumbé en el suelo y preparé mi
fusil, como todos los demás, calando la bayoneta, porque sabíamos que,
si antes no nos alcanzaba una bala, la lucha llegaría cuerpo a cuerpo. Y
en medio de aquel infierno, pude ver una montaña de agua que avanzaba
sobre nosotros; había que salir de allí a toda velocidad para alcanzar
la colina; el arenal se me hizo interminable, pero llegué al segundo
canal, algo más profundo y algo más estrecho; salí del agua y vuelta a
correr, casi a volar. Me parecía que no era yo el que iba en busca de las
alturas y que era la tierra que se me acercaba para brindarme la salvación
y alcance los primeros metros de subida, mientras mis compañeros gritaban
animosos: ¡Arriba! ¡Arriba!. Por un momento volví la vista atrás: fue
una visión dantesca, un mar de aguas revueltas contra el que luchaban
muchos hombres de nuestro ejército.
Los del Tercio Oriamendi habíamos
tenido allí mucha suerte, imaginamos que la conquista de aquellas
trincheras terminarían en un combate cuerpo a cuerpo, pero, gracias a
Dios, no ocurrió así: el enemigo había huido cobardemente, abandonando
armas y equipo. Pero allí quedamos aislados de nuestra retaguardia,
porque las explosiones a las que me referí más arriba, fueron como
consecuencia de las voladuras de los puentes y las compuertas del pantano.
A la mañana siguiente, ocupamos Estadilla, donde permanecimos algunos días,
mientras los Cuerpos de Ingenieros hacían posible los accesos entre las
dos orillas del Cinca. A nuestro Tercio, y más concretamente, a nuestra
Compañía, le correspondió el mejor sector en el despliegue, por que
tuvimos la suerte de que no nos alcanzó de lleno la riada y aunque
sufrimos algunas bajas salieron peor paradas las Unidades que operaban a
nuestra izquierda. Nuestro Tercio tardó menos de media hora en cumplir su
objetivo, desde el momento en que se ordenó el avance hasta alcanzar las
posiciones enemigas en las lomas de la margen opuesta. Y aclaro, aunque de
ello nunca tuve confirmación, que durante el despliegue de nuestro Tercio
para la que resultó tan difícil operación corrió de boca en boca que
detrás de nuestra primera línea había otra dispuesta para una segunda
oleada, integrada por las tropas del Regimiento América. De ser esto
cierto vendría a demostrar que nuestros mandos no se fiaron de la versión
de nuestros pilotos, que no detectaron presencia enemiga al otro lado del
río en sus vuelos de reconocimiento.
El 30, estando nuestro tercio aislado de la retaguardia, tomamos Estada y
Estadilla y durante los primeros días de abril ocupamos Calazans y la
ermita de Santa Bárbara (Patrona de los artilleros), Gabasa y Estopiñán,
ocupando algunas alturas sobre el río Noguera-Ribargozana; y, cruzando el
Guart, llegamos a Fert; cruzamos el Noguera y tomamos Agulló, en la
Provincia de Lérida. Aquí termino para el Tercio de Oriamendi la Campaña
de Aragón, para iniciar la ofensiva sobre Cataluña.
Tercio Oriamendi en la Campaña de "Catalunya" Norte
El día 23 de mayo se
traslada el Tercio a Rialp, más al norte, donde en los días siguientes
iban a darse fuertes combates por el dominio de Peñas de Aholo. Ignoro
el valor estratégico que pudiera tener aquella cota; pero lo cierto
es que el enemigo puso el máximo empeño en sus desesperados intentos
por conquistarla. El Tercio llegó a las faldas del monte después de
una caminata y nos mandaron descansar, mientras se esperaba la orden
de iniciar el relevo de la Bandera de la Legión. Había muy cerca de
donde me encontraba una ermita o capilla, bastante grande; vi que
la puerta estaba abierta y entré a implorar la ayuda de Dios. El espectáculo
que presencié fue terrorífico: la capilla estaba totalmente desnuda,
pero el piso era un depósito de cadáveres; calculo que más de un centenar,
colocados casi en perfectas hileras. Vino a mi mente un texto poético
que aprendiera en el colegio..."al suelo le falta tierra para cubrir
tanta tumba"... y recé, recé por ellos, recé por mi y por todos. Pero
el espectáculo del terror no terminaba allí, porque a poco de iniciada
la ascensión a la cota de destino, una caravana compuesta por diez
o doce mulos descendía por un sendero, portando cada uno en sus camillas
dos muertos o heridos, porque algunos dejaban oír sus gemidos.
Este trabajo pretende ser un diario de operaciones de las que he sido testigo y
protagonista. Puede que haya omitido, involuntariamente, el nombre de algún
pueblo o lugar, en el que sucediera algún hecho relevante, como también
podría existir error en alguna de las fechas citadas. Y no he querido
referirme a operaciones menores en las que he intervenido, como custodia y
vigilancia de prisioneros, descubiertas e incursiones en zona enemiga,
como el asalto a un convoy de víveres y armamento. El Tercio Oriamendi
nunca se batió en retirada, según me informaron los más veteranos y
puedo dar fe de que, al menos en el tiempo que permanecí en sus filas,
jamás lo hizo, gracias a Dios.
Siempre
respeté y amparé a los prisioneros, compartiendo con ellos mi comida y
mi tabaco. Y en la lucha he tenido siempre en mi mente las palabras del
defensor del Alcázar de Toledo, conocido como “El Angel del Alcázar”, quién suplicaba a sus compañeros sitiados:
“¡Disparad; pero disparad sin odio!”
DÍAS DE COMBATES EN EL "COLL DE LA
BANA" (PIRINEO CATALÁN) - COTA 1460.
Verano
de 1938: los ejércitos contendían y se desangraban en la durísima batalla del
Ebro, por lo que nuestro frente estaba muy estabilizado; no estimo que
existieran grandes contingentes de fuerzas; pero pude contabilizar tres muy
duros ataques del enemigo con muchos hombres. A destacar que tales ataques
fueron nocturnos, amparados por otras tantas violentas tormentas. El enemigo llegaba desplegado, a través del
espeso bosque de pino y matorral, hasta el claro espacio de uno 25 ó 30 metros
entre el arbolado en que se apoyaban nuestras alambradas hasta nuestras
trincheras. Nuestro fuego les obligada a lanzar unas bombas de mano que nunca
alcanzaban las trincheras y disparaban sus fusiles, protegiendo la retirada de
regreso al amparo del bosque; nuestros camilleros recogían a sus heridos y se
enterraba a los muertos. No tengo constancia de que hubiese bajas entre los
nuestros. Seguro que tales ataques eran planeados con
carácter circunstancial por cualquier jefe de Unidad o Destacamento, buscando
la sorpresa al amparo, en los casos citados, de las tormentas veraniegas. Con
el Tercio Oriamendi allí, no cabía la sorpresa, porque manteníamos centinelas
de avanzadilla, más allá de la alambrada espinosa, para detectar presencia o
ruidos sospechosos. Por nuestro Tercio se produjo, en la misma
posición, una operación de cierto riesgo. Y es que desde nuestra posición se
podía ver un largo tramo de carretera que podía ser batida por nuestro fuego,
por lo que, durante el día no circulaban vehículos de ningún tipo; pero a
ciertas horas de la noche podía escucharse el ruido de tráfico de vehículos
pesados, por lo que el Comandante del Terció, dio la orden para atacar lo que
se suponía un convoy de vehículos con material de guerra. La operación se la
encomendó a nuestra Sección, mandada por el teniente Sánchez, que relato aquí:
Todo lo que estaba a nuestra espalda era territorio conquistado y al frente,
monte abajo, era tierra de nadie. Por la falda del monte circulaba una
carretera de morrillo y muy cerca de esa vía discurría un río y a poca
distancia un pueblecito, entre verdes campiñas, que ponían vida y alegría al
bellísimo paisaje. Yo pasaba horas contemplando, desde las
alturas, aquel milagro de paz; y veía a los habitantes de los caseríos más
próximos y su ganado en los pastizales. En alguna ocasión rogué al Señor por
sus vidas y haciendas; pese a que ignoraba el nombre de aquel pueblo, o
caserío temí por su futuro, porque muy cerca había una guarnición militar,
como pudimos comprobar con ocasión de una "descubierta" o incursión nocturna,
en la que intervine y en la que logramos llegar hasta la carretera antes
citada, con la intención de volar una caravana de vehículos con material de
guerra: No fue posible llevar a cabo la operación, porque un desprendimiento
de grandes masas de pizarra, alertó al enemigo (una Cíª. aproximadamente),
como pudimos ver, desde el talud de la carretera en que estábamos apostados.
Cuando el grupo enemigo se disponía a vadear el río, regresamos, monte arriba
a nuestras posiciones. Ignoro si la operación se llevó a buen fin en ocasión
posterior, tras mi vuelta a casa. Quiero suponer que sí y con éxito.
Fueron unos días y noches de auténtico infierno; los ataques de las
tropas rojas se sucedían de forma constante; no había horas para mal
comer, ni para dormir, acurrucados al amparo y abrigo de una roca.
Y entre uno y otro ataque eran las granadas de sus morteros las que
nos causaban más bajas. Y dos días después de habernos hecho cargo
de la defensa de aquella posición, se incorporó a la Compañía aquel
muchacho ourensano, Manuel Sánchez Vázquez, que el 31 de diciembre
del año anterior hubo de ser trasladado al Hospital para ser operado
de urgencia, cayó víctima de un morterazo que le alcanzó de lleno,
cinco o seis minutos después de su reincorporación al frente de combate.
Quizás nuestro joven requeté (muerto a la edad de 17 años recién cumplidos)
sea el único combatiente de primera línea, que murió en la guerra
sin tener la oportunidad de disparar un solo tiro; si una súbita enfermedad
le apartó, muy pocas horas antes de iniciarse la batalla de La Muela;
una granada de mortero le dejó fuera de combate cuando, fusil en mano,
se aproximaba a ocupar su puesto en la trinchera de la cota 1.560.
Sirva el dato para la estadística de casos insólitos de aquella guerra.
Y vuelta al paseo militar, a los ejercicios de senderismo, Balaguer,
Tremp, Pobla del Segur, Sort y toda la rivera del Noguera-Pallaresa,
para llegar hasta el límite con el Pirineo francés, sin encontrar
más resistencia que la ya referida de Peñas de Aholo, al citar al
compañero muerto, Manuel Sánchez. Y allí, en la saludable altura de
la cordillera pirenaica, terminó mi aventura el día 1 de septiembre
de 1938, cuando aún no había cumplido los dieciséis años, reclamado
de Oficio por mi Padre.
Ojalá que nunca más vuelva a ocurrir otra tragedia fraticida, como
la que me ha tocado vivir, sufrir y casi morir, por Dios, por la Patria
y el Rey... Y ahora, el revivir de los acontecimientos en este escrito
me ha hecho derramar muchas lágrimas. Yo me había formado en el colegio
de los Hermanos de las Escuelas Cristianas de La Salle.
HIMNO ORIAMENDI
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