TERCIO DE ORIAMENDI

Batalla del Monte Oriamendi

Cada posición era tomada a paso de carga y los cadáveres
ingleses marcaban los puntos que habían defendido. El 6º de Guipúzcoa se
hizo con la altura de Bertizarán haciendo huir a los ingleses que la
defendían, y el intrépido voluntario José Arteaga se apodero de la bandera
del 9º batallón de la Legión Británica, matando al oficial que la llevaba.

Cinco horas de fuego y lucha, así como de brillantes cargas de caballería
habían reducido a los enemigos a la sola altura de Oriamendi. Contra este
ultimo reducto

convergieron las fuerzas carlistas de Villareal, Alzaa y Goiri, siendo el
desastre y los muertos liberales extrema. Se dice que fueron tantos que por
no enterrarlos, los hacinaron y pegaron fuego. El resto de las fuerzas
cristinas e inglesas fueron a escape hacia San Sebastián en busca de refugio
siendo constantemente perseguidos por los carlistas, los cuales a punto
estuvieron de entrar en San Sebastián a no ser por las descargas desde Ayete
de un batallón de la Marina inglesa al mando de Lord John Hay.

Melchor Ferrer Dalmau
(Historia del tradicinalismo Español)

Cuadro del Maestro Pintor D. Augusto Ferrer Dalmau "Oriamendi"

 



El Tercio Orimendi entró en Barbastro el 28 de Marzo de 1938. El cuarto Requeté por la izquierda "casi un niño" es D. José Álvarez Limia.

Fotografías y Derechos de Autor Propiedad de D. José Álvarez Limia. Requeté del Tercio de Oriamendi (Fotografías y Texto total o parcial sometidas a la Ley de Propiedad Intelectual)


(Vivencias personales en la Guerra Civil de D. José Álvarez Límia)

El tercio Oriamendi se constituyo en Guipuzcoa tomando el nombre del monte (mendi) Oria, Oriamendi es igualmente el titulo del himno del requeté de autor desconocido cuya partitura apareció en una batalla en la primera guerra carlista y se le adapto la letra "Por Dios, por la Patria y el Rey...". Antes de continuar aclarar que un tercio es equivalente a un batallón del ejército. La creación de esta unidad posiblemente constituya un caso único por que cada Compañía estaba formada por voluntarios de una misma localidad. Así la 1ª eran jóvenes de San Sebastián, la 2ª de Tolosa, la 3ª de Ordicia y la 4ª de Beasain, en esta última sirvió José.

Tercio Oriamendi en la Campaña de Aragón

Vayan por delante algunos datos familiares: éramos siete hermanos nacidos en el seno de una familia de profundas raíces cristianas, los cuatro varones recibimos formación en el colegio que los Hermanos de La Salle tenían en Verín. Al iniciarse el Alzamiento de Franco, Rafael, recién licenciado del servicio militar, fue movilizado para incorporarse a las tropas que mandaba el General Varela. Antonio, con dieciocho años recién cumplidos, salió con el primer grupo de requetés de la localidad (una decena, aproximadamente) encabezado por Ricardo Cid Toubes (carlista de pura casta, hijo y nieto de carlistas) que aparece citado en la obra "Los combatientes carlistas en la guerra civil española" como alférez de la Compañía de requetés orensanos, página 301, tomo II.

Ocurría en octubre del 36, y la primera carta suya llegó a casa un mes después. Poco más o menos, en la que daba cuenta de que se encontraba con sus compañeros en el Tercio de Cristo Rey, a las puertas de Madrid. Jesús, que era dos años mayor que yo (16 años) salió con otro grupo un par de meses más tarde para incorporarse, con otros compañeros orensanos en el Tercio Abárzuza, que operaba en el Alto de los Leones. Mi incorporación a la guerra ocurrió en noviembre del 37 y diez meses más tarde llegó la reclamación de oficio de mi padre, que me devolvió al seno de la familia. De las tres mujeres (nuestra madre murió como consecuencia de mi alumbramiento), la mayor de todos, María Luisa, falleció algunos años antes de iniciarse la guerra; la que la seguía en edad, Josefa, había ingresado en un convento de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, y Celsa, la más joven (tres años menor que Rafael y dos mayor que Antonio) se incorporó voluntaria, como auxiliar de enfermería, en el hospital militar montado en las instalaciones del Gran Hotel del Balneario de Cabreiroá. La tía Celsa, hermana de mi padre, que sacó adelante mi orfandad y cubrió muchas carencias de toda la familia, soltera y en buena situación económica, aportó al inicio del Movimiento un lote de valiosas joyas (que entregó personalmente al General Millán Astray) y muchas oraciones y lágrimas. En su casa, que era la mía, se salvó uno de las más buscados “rojos” de la Villa, llamado Antonio García, “el panadero” al que me mandó ocultar en el rincón de una cuadra. Allí permaneció tres días con sus noches, mientras en la planta superior de la vivienda dormía el tío Manolo, carabinero (guardia de fronteras) concentrado con los demás compañeros de zona para ocuparse del orden público en Verín y su comarca. Mi padre se incorporó a la Orden de los Caballeros de Santiago, que se encargaban de mantener el orden en los pueblos, ayudar en labores de ayuda y asistencia, y tratar de impedir desmanes por parte de los falangistas radicales. No portaban ningún tipo de armas. Así, pues, de una manera u otra, toda la familia estuvo implicada en aquella guerra.

Con el grupo de orensanos voluntarios conducidos desde Las Arenas (Bilbao) por el Teniente Basauri, me incorporé al Tercio Oriamendi en la primera quincena de Noviembre de 1937, en Mañeru (Navarra) cuando la Unidad se hallaba de descanso. Un descanso que se prolongó hasta los primeros días del mes de diciembre, con permanencias de algunos días por dos o tres pueblos de la región. De allí nos trasladamos a la provincia de Guadalajara: Salinas de Medinaceli, Ribas de Saelices y Saelices de la Sal, donde se hallaba no sé si de guarnición o descanso la 1ª Bandera de Falange de Orense en la que militaban muchos jóvenes verinenses.

Pienso que el Tercio estaba destinado para ocupar posiciones en el frente de Guadalajara; pero la ofensiva republicana sobre Teruel determinó su traslado a Santa Eulalia y Gea de Albarracín. Esto ocurría en la tercera decena de Diciembre, para comenzar la campaña del Bajo Aragón. Estoy convencido de que nuestra partida hacia el frente para acudir en socorro de los defensores de Teruel, se produjo con unos diez días de retraso, tal vez por un cálculo equivocado de los efectivos que el enemigo había puesto en su ofensiva. Acudimos al combate y el primer golpe lo recibimos en Montordo, en la madrugada del día 28, durante la celebración de una Misa de campaña. Fue, precisamente, en el momento de la consagración cuando la artillería enemiga comenzó un bombardeo que se prolongó durante quince minutos, poco más o menos. Una eternidad para mí, que con el resto del grupo orensanista, recibía el bautismo de fuego. Aquel día comenzó para el Tercio Oriamendi la batalla de Teruel. Y al día siguiente participamos en el ataque a la posición de Los Morrones, cuando las temperaturas descendían por debajo de los cero grados. A partir de ahí nuestro avance sobre Teruel se hizo imparable; las tropas enemigas disparaban de lejos y, ante nuestra insistencia, nos iban cediendo terreno. Transcurrió el día 30, y el 31 parecía una copia del anterior; y lo fue hasta las últimas horas de la tarde, que comenzó a nevar copiosamente y la temperatura descendió ya de una forma brutal.

 Nuestra marcha sobre la árida meseta, que nos acercaba a la Ciudad, se hizo más animosa, pensando en la pronta liberación de nuestras tropas sitiadas. Anochecía cuando los compañeros empezaron a cantar: “Los requetés son valientes/ Nadie lo podrá negar/Luchan en todos los frentes/ Y Aragón van conquistar”. Y descendimos hasta el llano con Teruel a tiro de piedra, completamente a oscuras; pero nos ordenaron acampar al pié de La Muela, protegidos por un pinar que nos proporcionó abundante leña para encender hogueras. Y en medio de un profundo y extraño silencio, pudimos dormir, acariciando entre sueños el triunfo que nos brindaba el próximo amanecer... No pudo ser, porque al despuntar el alba un sorpresivo e intensísimo fuego de fusilería, ametralladoras; morteros y artillería de distintos calibres, nos obligó a tomar posiciones en la parte alta para, por lo menos, defender lo conquistado. Era el día 1º de Enero de 1.938; la nieve alcanzaba ya una altura de unos 30 centímetros y la temperatura descendió por debajo de los 14 grados. La penosa situación en que se encontraba el Tercio, y la más grave de los sitiados que terminarían por rendirse, me reafirmó en mi convicción, expuesta más arriba, de que quienes planearon la operación, lo hicieron con un retraso de diez días. Porque, nuestro Tercio, con el resto de las unidades de la Brigada o División, estuvimos rascando la barriga entre el 17 y el 28 de diciembre en Saelices de la Sal, Santa Eulalia y Gea de Albarracín, mientras el enemigo acumula tropas y abundante material al cerco de Teruel a marchas forzadas. Afianzamos nuestras posiciones, cavando cuevas para poder descansar y dormir; puede decirse que nuestra vida transcurrió bajo tierra durante casi dos meses, y solamente por la noche salíamos a pasear por el exterior. El enemigo nos sometió a durísimos ataque, principalmente a lo largo de la primera quincena del mes de enero. Nuestra Compañía, la 4ª, sufrió bastantes bajas, entre ellas la del Capitán, Enrique Jiménez Porras y mi paisano, Nicolás Rodríguez, fornido y robusto, a sus 16 años recién cumplidos. También hubieron de ser hospitalizados, con síntomas de congelación, un importante número de compañeros y algunos, entre ellos mi otro paisano, José Quinto, sufrieron amputaciones que les inutilizaron para seguir la lucha. A partir de ahí el ímpetu enemigo decayó hasta casi extinguirse, con solamente algunos ataques ocasionales, muy esporádicos y sufriendo siempre importantes bajas el enemigo. Y esta situación se prolongó hasta la segunda decena de febrero. Eso si, casi a diario la aviación nos obsequiaba con unos espectaculares combates de escasa duración, porque la superioridad de los nuestros cazas era manifiesta. Y en dos o tres ocasiones una escuadrilla de “ratas”(Aviones de fabricación soviética) ametralló nuestras posiciones, pero sin hacer blanco, ya que, como he relatado, teníamos buenos refugios.

Y llegó nuestra definitiva ofensiva. El 19 y el 20 de febrero nuestra aviación inició un intenso bombardeo de las posiciones enemigas, mientras nosotros, asombrados y atónitos, veíamos llegar una escuadrilla de bombarderos como dejaban caer su mortífera carga; pero antes de desaparecer por el lado opuesto aparecía otra escuadrilla que seguía los mismos pasos. Así durante horas. Por fin, el día 21, nos ordenaros salir de nuestras trincheras para ocupar las enemigas, y nos lanzamos gritando: “¡Viva Cristo Rey, viva España!”( los requetés jamás pronunciamos el famoso “arriba España” de los falangistas). El trecho entre nuestras trincheras y las de la primera línea enemiga era muy corto, por lo que pronto nos encontramos (nuestro pelotón) con una veintena de sus defensores, en plan de rendición (en pié y con los brazos en alto); aparecieron ante nosotros de rodillas, con las manos juntas, implorando perdón. Fue un espectáculo penoso: semidesnudos, sucios, rostros y manos ennegrecidos... A partir de ahí nuestro avance ya se hizo imparable, haciendo numerosos prisioneros y ocupando depósitos de municiones y armamento. Tomamos Villaescusa y varias cotas del monte Galiana; pero para darnos un respiro y disfrutar de un merecido descanso, nos enviaron a Cella . El Mando debió pensar que nos aburría el descanso y una noche de mediados de marzo nos embarcaron en camiones para dejarnos en Molina de Aragón, importante ciudad que, pese al nombre, pertenecía a la provincia de Guadalajara. Allí se había amotinado un Tábor de Regulares. Afortunadamente, no hubo lucha; los amotinados se rindieron ante la llegada de nuestro Tercio y en la fría madrugada del día siguiente a la rendición, fueron fusilados los cabecillas por un pelotón del propio Tábor, que nos obligaron a presenciar.

Y nos trasladamos a la Provincia de Huesca para iniciar las operaciones en el Alto Aragón. Tras unos pocos días en el castillo de Argos, a pocos kilómetros de Huesca, nos lanzamos a la conquista del castillo de Montearagón el día 25, el 26 Siétamo y Velilla; el 27 Angüés, pasando el río Alcanadre, para ocupar Las cellas y el 28 la importante ciudad de Barbastro. Existía el temor de que las tropas enemigas defenderían la Ciudad, por lo que a la distancia de un kilómetro, poco mas o menos, de las primeras casas, se nos ordenó la aproximación en despliegue, para avanzar formando un semicírculo con el fusil a punto y la bayoneta calada. Y así, con mucha cautela todos nuestros efectivos penetramos simultáneamente por varios puntos distintos en una ciudad sumida en tan profundo silencio que parecía deshabitada: pero comenzó un repique de campanas y el vecindario se fue dejando ver tras los cristales de ventanas y galerías, mientras nosotros nos felicitábamos entre sí. En todo este recorrido el enemigo ofreció muy escasa resistencia. Ante nuestra proximidad se batían en retirada, mientras los pueblos quedaban desiertos. La excepción, en este caso, se dio en Barbastro donde huyeron las tropas que deberían defender la Plaza, pero no los habitantes residentes, salvo las lógicas excepciones de matiz político. Y poco a poco las calles y plazas empezaron a cobrar vida. La gente se abrazaba entre sí, nos hacían partícipes de sus abrazos y nos colmaban de besos, con enfervorizados y emocionados gritos: “¡Viva España! ¡Vivan los Requetés! ¡Vivan las Brigadas de Navarra!”.

Pero el enemigo nos la “tenían preparada” al otro lado del Cinca, con la voladura de puentes y, especialmente las compuertas del embalse de Barasona. El paso del Cinca se llevó a cabo la tarde del día 29 con importantes bajas para las tropas nacionales que operaban a nuestra izquierda, río arriba.

El 29, sobre las tres de la tarde, emprendimos la marcha para cruzar el río Cinca. Todo el Tercio Oriamendi se desplegó muy cerca de la orilla, teniendo a la derecha al Tercio de Nuestra Señora de Begoña y a la izquierda el de Nuestra Señora La Virgen Blanca, de Bilbao y Vitoria, respectivamente. A mi compañía le correspondió hacerlo en una zona en la que el río se abría en dos canales, formando un islote de arena y gravilla de aproximadamente un Km. de largo. Dos aviones de reconocimiento sobrevolaban una larga elevación del terreno que se extendía a lo largo del río, más allá de lo que alcanzaba mi vista tratando de observar presencia de tropas enemigas y como no se detectó tal presencia, no se ordenó la actuación de nuestros aviones de bombardeo. Gravísimo error, que se saldó con muchos muertos. Río arriba se produjeron grandes explosiones y, poco después, se nos dio la orden de cruzar el río y ocupar la loma de la otra orilla. Puse mi equipo sobre la cabeza y me adentré en las aguas del primer canal que me cubría hasta la altura de las tetillas. (Yo medía 1,65 metros pero era fuerte y robusto). De pronto una tremenda lluvia de fuego de fusilería y ametralladora me salpicaba por todas partes: alcancé el arenal, me tumbé en el suelo y preparé mi fusil, como todos los demás, calando la bayoneta, porque sabíamos que, si antes no nos alcanzaba una bala, la lucha llegaría cuerpo a cuerpo. Y en medio de aquel infierno, pude ver una montaña de agua que avanzaba sobre nosotros; había que salir de allí a toda velocidad para alcanzar la colina; el arenal se me hizo interminable, pero llegué al segundo canal, algo más profundo y algo más estrecho; salí del agua y vuelta a correr, casi a volar. Me parecía que no era yo el que iba en busca de las alturas y que era la tierra que se me acercaba para brindarme la salvación y alcance los primeros metros de subida, mientras mis compañeros gritaban animosos: ¡Arriba! ¡Arriba!. Por un momento volví la vista atrás: fue una visión dantesca, un mar de aguas revueltas contra el que luchaban muchos hombres de nuestro ejército.

Los del Tercio Oriamendi habíamos tenido allí mucha suerte, imaginamos que la conquista de aquellas trincheras terminarían en un combate cuerpo a cuerpo, pero, gracias a Dios, no ocurrió así: el enemigo había huido cobardemente, abandonando armas y equipo. Pero allí quedamos aislados de nuestra retaguardia, porque las explosiones a las que me referí más arriba, fueron como consecuencia de las voladuras de los puentes y las compuertas del pantano. A la mañana siguiente, ocupamos Estadilla, donde permanecimos algunos días, mientras los Cuerpos de Ingenieros hacían posible los accesos entre las dos orillas del Cinca. A nuestro Tercio, y más concretamente, a nuestra Compañía, le correspondió el mejor sector en el despliegue, por que tuvimos la suerte de que no nos alcanzó de lleno la riada y aunque sufrimos algunas bajas salieron peor paradas las Unidades que operaban a nuestra izquierda. Nuestro Tercio tardó menos de media hora en cumplir su objetivo, desde el momento en que se ordenó el avance hasta alcanzar las posiciones enemigas en las lomas de la margen opuesta. Y aclaro, aunque de ello nunca tuve confirmación, que durante el despliegue de nuestro Tercio para la que resultó tan difícil operación corrió de boca en boca que detrás de nuestra primera línea había otra dispuesta para una segunda oleada, integrada por las tropas del Regimiento América. De ser esto cierto vendría a demostrar que nuestros mandos no se fiaron de la versión de nuestros pilotos, que no detectaron presencia enemiga al otro lado del río en sus vuelos de reconocimiento.

El 30, estando nuestro tercio aislado de la retaguardia, tomamos Estada y Estadilla y durante los primeros días de abril ocupamos Calazans y la ermita de Santa Bárbara (Patrona de los artilleros), Gabasa y Estopiñán, ocupando algunas alturas sobre el río Noguera-Ribargozana; y, cruzando el Guart, llegamos a Fert; cruzamos el Noguera y tomamos Agulló, en la Provincia de Lérida. Aquí termino para el Tercio de Oriamendi la Campaña de Aragón, para iniciar la ofensiva sobre Cataluña. 

Tercio Oriamendi en la Campaña de "Catalunya" Norte

El día 23 de mayo se traslada el Tercio a Rialp, más al norte, donde en los días siguientes iban a darse fuertes combates por el dominio de Peñas de Aholo. Ignoro el valor estratégico que pudiera tener aquella cota; pero lo cierto es que el enemigo puso el máximo empeño en sus desesperados intentos por conquistarla. El Tercio llegó a las faldas del monte después de una caminata y nos mandaron descansar, mientras se esperaba la orden de iniciar el relevo de la Bandera de la Legión. Había muy cerca de donde me encontraba una ermita o capilla, bastante grande; vi que la puerta estaba abierta y entré a implorar la ayuda de Dios. El espectáculo que presencié fue terrorífico: la capilla estaba totalmente desnuda, pero el piso era un depósito de cadáveres; calculo que más de un centenar, colocados casi en perfectas hileras. Vino a mi mente un texto poético que aprendiera en el colegio..."al suelo le falta tierra para cubrir tanta tumba"... y recé, recé por ellos, recé por mi y por todos. Pero el espectáculo del terror no terminaba allí, porque a poco de iniciada la ascensión a la cota de destino, una caravana compuesta por diez o doce mulos descendía por un sendero, portando cada uno en sus camillas dos muertos o heridos, porque algunos dejaban oír sus gemidos.


Fueron unos días y noches de auténtico infierno; los ataques de las tropas rojas se sucedían de forma constante; no había horas para mal comer, ni para dormir, acurrucados al amparo y abrigo de una roca. Y entre uno y otro ataque eran las granadas de sus morteros las que nos causaban más bajas. Y dos días después de habernos hecho cargo de la defensa de aquella posición, se incorporó a la Compañía aquel muchacho ourensano, Manuel Sánchez Vázquez, que el 31 de diciembre del año anterior hubo de ser trasladado al Hospital para ser operado de urgencia, cayó víctima de un morterazo que le alcanzó de lleno, cinco o seis minutos después de su reincorporación al frente de combate. Quizás nuestro joven requeté (muerto a la edad de 17 años recién cumplidos) sea el único combatiente de primera línea, que murió en la guerra sin tener la oportunidad de disparar un solo tiro; si una súbita enfermedad le apartó, muy pocas horas antes de iniciarse la batalla de La Muela; una granada de mortero le dejó fuera de combate cuando, fusil en mano, se aproximaba a ocupar su puesto en la trinchera de la cota 1.560. Sirva el dato para la estadística de casos insólitos de aquella guerra.


Y vuelta al paseo militar, a los ejercicios de senderismo, Balaguer, Tremp, Pobla del Segur, Sort y toda la rivera del Noguera-Pallaresa, para llegar hasta el límite con el Pirineo francés, sin encontrar más resistencia que la ya referida de Peñas de Aholo, al citar al compañero muerto, Manuel Sánchez. Y allí, en la saludable altura de la cordillera pirenaica, terminó mi aventura el día 1 de septiembre de 1938, cuando aún no había cumplido los dieciséis años, reclamado de Oficio por mi Padre.


Ojalá que nunca más vuelva a ocurrir otra tragedia fraticida, como la que me ha tocado vivir, sufrir y casi morir, por Dios, por la Patria y el Rey... Y ahora, el revivir de los acontecimientos en este escrito me ha hecho derramar muchas lágrimas. Yo me había formado en el colegio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas de La Salle.

Este trabajo pretende ser un diario de operaciones de las que he sido testigo y protagonista. Puede que haya omitido, involuntariamente, el nombre de algún pueblo o lugar, en el que sucediera algún hecho relevante, como también podría existir error en alguna de las fechas citadas. Y no he querido referirme a operaciones menores en las que he intervenido, como custodia y vigilancia de prisioneros, descubiertas e incursiones en zona enemiga, como el asalto a un convoy de víveres y armamento. El Tercio Oriamendi nunca se batió en retirada, según me informaron los más veteranos y puedo dar fe de que, al menos en el tiempo que permanecí en sus filas, jamás lo hizo, gracias a Dios.

Siempre respeté y amparé a los prisioneros, compartiendo con ellos mi comida y mi tabaco. Y en la lucha he tenido siempre en mi mente las palabras del defensor del Alcázar de Toledo, conocido como “El Angel del Alcázar”, quién suplicaba a sus compañeros sitiados: “¡Disparad; pero disparad sin odio!”

 

DÍAS DE COMBATES EN EL "COLL DE LA BANA" (PIRINEO CATALÁN) - COTA 1460.

Verano de 1938: los ejércitos contendían y se desangraban en la durísima batalla del Ebro, por lo que nuestro frente estaba muy estabilizado; no estimo que existieran grandes contingentes de fuerzas; pero pude contabilizar tres muy duros ataques del enemigo con muchos hombres. A destacar que tales ataques fueron nocturnos, amparados por otras tantas violentas tormentas.

El enemigo llegaba desplegado, a través del espeso bosque de pino y matorral, hasta el claro espacio de uno 25 ó 30 metros entre el arbolado en que se apoyaban nuestras alambradas hasta nuestras trincheras. Nuestro fuego les obligada a lanzar unas bombas de mano que nunca alcanzaban las trincheras y disparaban sus fusiles, protegiendo la retirada de regreso al amparo del bosque; nuestros camilleros recogían a sus heridos y se enterraba a los muertos. No tengo constancia de que hubiese bajas entre los nuestros.

Seguro que tales ataques eran planeados con carácter circunstancial por cualquier jefe de Unidad o Destacamento, buscando la sorpresa al amparo, en los casos citados, de las tormentas veraniegas. Con el Tercio Oriamendi allí, no cabía la sorpresa, porque manteníamos centinelas de avanzadilla, más allá de la alambrada espinosa, para detectar presencia o ruidos sospechosos.

Por nuestro Tercio se produjo, en la misma posición, una operación de cierto riesgo. Y es que desde nuestra posición se podía ver un largo tramo de carretera que podía ser batida por nuestro fuego, por lo que, durante el día no circulaban vehículos de ningún tipo; pero a ciertas horas de la noche podía escucharse el ruido de tráfico de vehículos pesados, por lo que el Comandante del Terció, dio la orden para atacar lo que se suponía un convoy de vehículos con material de guerra. La operación se la encomendó a nuestra Sección, mandada por el teniente Sánchez, que relato aquí: Todo lo que estaba a nuestra espalda era territorio conquistado y al frente, monte abajo, era tierra de nadie. Por la falda del monte circulaba una carretera de morrillo y muy cerca de esa vía discurría un río y a poca distancia un pueblecito, entre verdes campiñas, que ponían vida y alegría al bellísimo paisaje.

Yo pasaba horas contemplando, desde las alturas, aquel milagro de paz; y veía a los habitantes de los caseríos más próximos y su ganado en los pastizales. En alguna ocasión rogué al Señor por sus vidas y haciendas; pese a que ignoraba el nombre de aquel pueblo, o caserío temí por su futuro, porque muy cerca había una guarnición militar, como pudimos comprobar con ocasión de una "descubierta" o incursión nocturna, en la que intervine y en la que logramos llegar hasta la carretera antes citada, con la intención de volar una caravana de vehículos con material de guerra: No fue posible llevar a cabo la operación, porque un desprendimiento de grandes masas de pizarra, alertó al enemigo (una Cíª. aproximadamente), como pudimos ver, desde el talud de la carretera en que estábamos apostados. Cuando el grupo enemigo se disponía a vadear el río, regresamos, monte arriba a nuestras posiciones. Ignoro si la operación se llevó a buen fin en ocasión posterior, tras mi vuelta a casa. Quiero suponer que sí y con éxito.

 

HIMNO ORIAMENDI

Familia de Don José Álvarez Limia que ofreció TRES Valientes Requetés a la Cruzada. 


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D. JOSE ALVAREZ LIMIA



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