(Vivencias personales en la Guerra Civil )
El tercio Oriamendi se constituyo en Guipúzcoa tomando el nombre del monte (mendi) Oria, Oriamendi es igualmente el titulo del himno del requeté de autor desconocido cuya partitura apareció en una batalla en la primera guerra carlista y se le adapto la letra "Por Dios, por la Patria y el Rey...". Antes de continuar aclarar que un tercio es equivalente a un batallón del ejército. La creación de esta unidad posiblemente constituya un caso único por que cada Compañía estaba formada por voluntarios de una misma localidad. Así la 1ª eran jóvenes de San Sebastián, la 2ª de Tolosa, la 3ª de Ordicia y la 4ª de Beasain, en esta última sirvió José.
Tercio Oriamendi en la Campaña de "Catalunya" Norte
El día 23 de mayo se
traslada el Tercio a Rialp, más al norte, donde en los días siguientes
iban a darse fuertes combates por el dominio de Peñas de Aholo. Ignoro
el valor estratégico que pudiera tener aquella cota; pero lo cierto
es que el enemigo puso el máximo empeño en sus desesperados intentos
por conquistarla. El Tercio llegó a las faldas del monte después de
una caminata y nos mandaron descansar, mientras se esperaba la orden
de iniciar el relevo de la Bandera de la Legión. Había muy cerca de
donde me encontraba una ermita o capilla, bastante grande; vi que
la puerta estaba abierta y entré a implorar la ayuda de Dios. El espectáculo
que presencié fue terrorífico: la capilla estaba totalmente desnuda,
pero el piso era un depósito de cadáveres; calculo que más de un centenar,
colocados casi en perfectas hileras. Vino a mi mente un texto poético
que aprendiera en el colegio..."al suelo le falta tierra para cubrir
tanta tumba"... y recé, recé por ellos, recé por mi y por todos. Pero
el espectáculo del terror no terminaba allí, porque a poco de iniciada
la ascensión a la cota de destino, una caravana compuesta por diez
o doce mulos descendía por un sendero, portando cada uno en sus camillas
dos muertos o heridos, porque algunos dejaban oír sus gemidos.
Fueron unos días y noches de auténtico infierno; los ataques de las
tropas rojas se sucedían de forma constante; no había horas para mal
comer, ni para dormir, acurrucados al amparo y abrigo de una roca.
Y entre uno y otro ataque eran las granadas de sus morteros las que
nos causaban más bajas.
Y dos días después de habernos hecho cargo de la defensa de aquella posición, se incorporó a la Compañía aquel muchacho ourensano, Manuel Sánchez Vázquez, que el 31 de diciembre del año anterior hubo de ser trasladado al Hospital para ser operado de urgencia, cayó víctima de un morterazo que le alcanzó de lleno, cinco o seis minutos después de su reincorporación al frente de combate. Quizás nuestro joven requeté (muerto a la edad de 17 años recién cumplidos) sea el único combatiente de primera línea, que murió en la guerra sin tener la oportunidad de disparar un solo tiro; si una súbita enfermedad le apartó, muy pocas horas antes de iniciarse la batalla de La Muela; una granada de mortero le dejó fuera de combate cuando, fusil en mano, se aproximaba a ocupar su puesto en la trinchera de la cota 1.560. Sirva el dato para la estadística de casos insólitos de aquella guerra.
Y vuelta al paseo militar, a los ejercicios de senderismo, Balaguer,
Tremp, Pobla del Segur, Sort y toda la rivera del Noguera-Pallaresa,
para llegar hasta el límite con el Pirineo francés, sin encontrar
más resistencia que la ya referida de Peñas de Aholo, al citar al
compañero muerto, Manuel Sánchez. Y allí, en la saludable altura de
la cordillera pirenaica, terminó mi aventura el día 1 de septiembre
de 1938, cuando aún no había cumplido los dieciséis años, reclamado
de Oficio por mi Padre.
H A C E 25 A Ñ O S
EN MEMORIA DE OTRO CAPITÁN DEL TERCIO ORIAMENDI
Segovia/Madrid, noviembre 2007. Hace unos días los restos del Teniente General Adolfo Esteban Ascensión, que era el último superviviente de los condecorados con la Cruz Laureada de San Fernando a título individual, recibieron sepultura en el segoviano Cementerio del Santo Ángel de la Guarda.
Siendo capitán de caballería durante la Cruzada de Liberación, Adolfo Esteban se incorporó a la 1ª Compañía del Tercio Oriamendi, que mandaba el capitán de requetés Eduardo Bustindui, caballero de la Orden de la Legitimidad Proscrita (lo recoge don José Álvarez Limia, requeté del mismo Tercio, en su muy recomendable web http://www.josealimia.com). De los recuerdos de su paso por el Requeté, quedan entre otros estas declaraciones sobre las Margaritas:
"Apenas transcurridas 24 horas de mi incorporación [al Tercio Oriamendi] recibí la visita de unas Margaritas que, tras saludarme, me encasquetaron una boina roja, con las estrellas bordadas de capitán y la vestimenta completa de requeté. Al evacuarme, herido, de las Piedras de Aholo pude verlas en el puesto de socorro cargando los ataúdes de madera de pino para llevárselos a los pueblos de los navarros y vascos caídos del Tercio Oriamendi. ¡Vaya tesoros, Madre de Dios!, me dije al contemplar el trabajo de aquellas muchachas. Tuve la sensación de que eran seres superiores a los demás. Recuerdo también a los oficiales con la flor de lis que tan grato me hicieron el mando en el tiempo que estuve en el Oriamendi: los Bustinduy, Carrere, Altuna y otros que ya no recuerdo..."
Este trabajo pretende ser un diario de operaciones de las que he sido testigo y
protagonista. Puede que haya omitido, involuntariamente, el nombre de algún
pueblo o lugar, en el que sucediera algún hecho relevante, como también
podría existir error en alguna de las fechas citadas. Y no he querido
referirme a operaciones menores en las que he intervenido, como custodia y
vigilancia de prisioneros, descubiertas e incursiones en zona enemiga,
como el asalto a un convoy de víveres y armamento. El Tercio Oriamendi
nunca se batió en retirada, según me informaron los más veteranos y
puedo dar fe de que, al menos en el tiempo que permanecí en sus filas,
jamás lo hizo, gracias a Dios.
Siempre
respeté y amparé a los prisioneros, compartiendo con ellos mi comida y
mi tabaco. Y en la lucha he tenido siempre en mi mente las palabras del
defensor del Alcázar de Toledo, conocido como “El Angel del Alcázar”, quién suplicaba a sus compañeros sitiados:
“¡Disparad; pero disparad sin odio!”
Verano de 1938: los ejércitos contendían y se desangraban en la durísima batalla del Ebro, por lo que nuestro frente estaba muy estabilizado; no estimo que existieran grandes contingentes de fuerzas; pero pude contabilizar tres muy duros ataques del enemigo con muchos hombres. A destacar que tales ataques fueron nocturnos, amparados por otras tantas violentas tormentas.
El enemigo llegaba desplegado, a través del espeso bosque de pino y matorral, hasta el claro espacio de uno 25 ó 30 metros entre el arbolado en que se apoyaban nuestras alambradas hasta nuestras trincheras. Nuestro fuego les obligada a lanzar unas bombas de mano que nunca alcanzaban las trincheras y disparaban sus fusiles, protegiendo la retirada de regreso al amparo del bosque; nuestros camilleros recogían a sus heridos y se enterraba a los muertos. No tengo constancia de que hubiese bajas entre los nuestros.
Seguro que tales ataques eran planeados con carácter circunstancial por cualquier jefe de Unidad o Destacamento, buscando la sorpresa al amparo, en los casos citados, de las tormentas veraniegas. Con el Tercio Oriamendi allí, no cabía la sorpresa, porque manteníamos centinelas de avanzadilla, más allá de la alambrada espinosa, para detectar presencia o ruidos sospechosos.
Por nuestro Tercio se produjo, en la misma posición, una operación de cierto riesgo. Y es que desde nuestra posición se podía ver un largo tramo de carretera que podía ser batida por nuestro fuego, por lo que, durante el día no circulaban vehículos de ningún tipo; pero a ciertas horas de la noche podía escucharse el ruido de tráfico de vehículos pesados, por lo que el Comandante del Terció, dio la orden para atacar lo que se suponía un convoy de vehículos con material de guerra. La operación se la encomendó a nuestra Sección, mandada por el teniente Sánchez, que relato aquí: Todo lo que estaba a nuestra espalda era territorio conquistado y al frente, monte abajo, era tierra de nadie. Por la falda del monte circulaba una carretera de morrillo y muy cerca de esa vía discurría un río y a poca distancia un pueblecito, entre verdes campiñas, que ponían vida y alegría al bellísimo paisaje.
Yo pasaba horas contemplando, desde las alturas, aquel milagro de paz; y veía a los habitantes de los caseríos más próximos y su ganado en los pastizales. En alguna ocasión rogué al Señor por sus vidas y haciendas; pese a que ignoraba el nombre de aquel pueblo, o caserío temí por su futuro, porque muy cerca había una guarnición militar, como pudimos comprobar con ocasión de una "descubierta" o incursión nocturna, en la que intervine y en la que logramos llegar hasta la carretera antes citada, con la intención de volar una caravana de vehículos con material de guerra: No fue posible llevar a cabo la operación, porque un desprendimiento de grandes masas de pizarra, alertó al enemigo (una Cíª. aproximadamente), como pudimos ver, desde el talud de la carretera en que estábamos apostados. Cuando el grupo enemigo se disponía a vadear el río, regresamos, monte arriba a nuestras posiciones. Ignoro si la operación se llevó a buen fin en ocasión posterior, tras mi vuelta a casa. Quiero suponer que sí y con éxito.
Todas las fotos que ilustran el reportaje las ha cedido, muy gentilmente, el investigador leridano, Sr. Oriol Riart, al que he tenido el honor de conocer en la Exposición y Coloquio conmemorativos del 70 Aniversario de de la G.C. en el Pallars, el pasado 30 de septiembre de 2008.