(Vivencias personales en la Guerra Civil )
El tercio Oriamendi se constituyo en Guipúzcoa tomando el nombre del monte (mendi) Oria, Oriamendi es igualmente el titulo del himno del requeté de autor desconocido cuya partitura apareció en una batalla en la primera guerra carlista y se le adapto la letra "Por Dios, por la Patria y el Rey...". Antes de continuar aclarar que un tercio es equivalente a un batallón del ejército. La creación de esta unidad posiblemente constituya un caso único por que cada Compañía estaba formada por voluntarios de una misma localidad. Así la 1ª eran jóvenes de San Sebastián, la 2ª de Tolosa, la 3ª de Ordicia y la 4ª de Beasain, en esta última sirvió José.
EFEMÉRIDES:
Vayan por delante algunos datos familiares: éramos siete hermanos nacidos en el
seno de una familia de profundas raíces cristianas, los cuatro varones
recibimos formación en el colegio que los Hermanos de La Salle tenían en
Verín. Al iniciarse el Alzamiento de Franco, Rafael, recién licenciado
del servicio militar, fue movilizado para incorporarse a las tropas que
mandaba el General Varela. Antonio, con dieciocho años recién cumplidos,
salió con el primer grupo de requetés de la localidad (una decena,
aproximadamente) encabezado por Ricardo Cid Toubes (carlista de pura
casta, hijo y nieto de carlistas) que aparece citado en la obra
"Los combatientes carlistas en la guerra civil española" como alférez de la Compañía de requetés
orensanos, página 301, tomo II.
Ocurría en octubre del 36, y la primera carta suya llegó a casa un mes después.
Poco más o menos, en la que
daba cuenta de que se encontraba con sus compañeros en el Tercio de
Cristo Rey, a las puertas de Madrid. Jesús, que era dos años mayor que
yo (16 años) salió con otro grupo un par de meses más tarde para
incorporarse, con otros compañeros orensanos en el Tercio Abárzuza, que
operaba en el Alto de los Leones. Mi incorporación a la guerra ocurrió
en noviembre del 37 y diez meses más tarde llegó la reclamación de
oficio de mi padre, que me devolvió al seno de la familia. De las tres
mujeres (nuestra madre murió como consecuencia de mi alumbramiento), la
mayor de todos, María Luisa, falleció algunos años antes de iniciarse
la guerra; la que la seguía en edad, Josefa, había ingresado en un
convento de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, y Celsa, la más
joven (tres años menor que Rafael y dos mayor que Antonio) se incorporó
voluntaria, como auxiliar de enfermería, en el hospital militar montado
en las instalaciones del Gran Hotel del Balneario de Cabreiroá. La tía
Celsa, hermana de mi padre, que sacó adelante mi orfandad y cubrió
muchas carencias de toda la familia, soltera y en buena situación económica,
aportó al inicio del Movimiento un lote de valiosas joyas (que entregó
personalmente al General Millán Astray) y muchas oraciones y lágrimas.
En su casa, que era la mía, se salvó uno de las más buscados
“rojos” de la Villa, llamado Antonio García, “el panadero” al
que me mandó ocultar en el rincón de una cuadra. Allí permaneció tres
días con sus noches, mientras en la planta superior de la vivienda dormía
el tío Manolo, carabinero (guardia de fronteras) concentrado con los demás
compañeros de zona para ocuparse del orden público en Verín y su
comarca. Mi padre se incorporó a la Orden de los Caballeros de Santiago,
que se encargaban de mantener el orden en los pueblos, ayudar en labores
de ayuda y asistencia, y tratar de impedir desmanes por parte de los
falangistas radicales. No portaban ningún tipo de armas. Así, pues, de
una manera u otra, toda la familia estuvo implicada en aquella
guerra.
Con el grupo de orensanos voluntarios conducidos desde Las Arenas (Bilbao) por
el Teniente Basauri, me incorporé al Tercio Oriamendi en la primera
quincena de Noviembre de 1937, en Mañeru (Navarra) cuando la Unidad se
hallaba de descanso. Un descanso que se prolongó hasta los primeros días
del mes de diciembre, con permanencias de algunos días por dos o tres
pueblos de la región. De allí nos trasladamos a la provincia de
Guadalajara: Salinas de Medinaceli, Ribas de Saelices y Saelices de la
Sal, donde se hallaba no sé si de guarnición o descanso la 1ª Bandera
de Falange de Orense en la que militaban muchos jóvenes verinenses.
El diario "La Región" de Orense, del l6 de marzo de 2006, recuerda la siguiente
noticia: "1837.- Los Carlistas derrotan a la división auxiliar
inglesa mandada por Lacy Ewans en la batalla de Oriamendi".
Un jovencísimo Voluntario Requeté de
las Brigadas Navarras acompaña a un herido en combate, quizá su hermano, a
un puesto de retaguardia
Pienso que el Tercio estaba destinado para ocupar posiciones en el frente de
Guadalajara; pero la ofensiva republicana sobre Teruel determinó su
traslado a Santa Eulalia y Gea de Albarracín. Esto ocurría en la tercera
decena de Diciembre, para comenzar la campaña del Bajo Aragón. Estoy
convencido de que nuestra partida hacia el frente para acudir en socorro
de los defensores de Teruel, se produjo con unos diez días de retraso,
tal vez por un cálculo equivocado de los efectivos que el enemigo había
puesto en su ofensiva. Acudimos al combate y el primer golpe lo recibimos
en Montordo, en la madrugada del día 28, durante la celebración de una
Misa de campaña. Fue, precisamente, en el momento de la consagración
cuando la artillería enemiga comenzó un bombardeo que se prolongó
durante quince minutos, poco más o menos. Una eternidad para mí, que con
el resto del grupo orensanista, recibía el bautismo de fuego. Aquel día
comenzó para el Tercio Oriamendi la batalla de Teruel. Y al día siguiente
participamos en el ataque a la posición de Los Morrones, cuando las
temperaturas descendían por debajo de los cero grados. A partir de ahí
nuestro avance sobre Teruel se hizo imparable; las tropas enemigas disparaban de lejos y, ante nuestra insistencia, nos iban cediendo
terreno. Transcurrió el día 30, y el 31 parecía una copia del anterior;
y lo fue hasta las últimas horas de la tarde, que comenzó a nevar
copiosamente y la temperatura descendió ya de una forma brutal.
Nuestra
marcha sobre la árida meseta, que nos acercaba a la Ciudad, se hizo más
animosa, pensando en la pronta liberación de nuestras tropas sitiadas. Anochecía
cuando los compañeros empezaron a cantar: “Los requetés son valientes/
Nadie lo podrá negar/Luchan en todos los frentes/ Y Aragón van
conquistar”. Y descendimos hasta el llano con Teruel a tiro de piedra,
completamente a oscuras; pero nos ordenaron acampar al pié de La Muela,
protegidos por un pinar que nos proporcionó abundante leña para encender
hogueras. Y en medio de un profundo y extraño silencio, pudimos dormir,
acariciando entre sueños el triunfo que nos brindaba el próximo
amanecer... No pudo ser, porque al despuntar el alba un sorpresivo e
intensísimo fuego de fusilería, ametralladoras; morteros y artillería
de distintos calibres, nos obligó a tomar posiciones en la parte alta
para, por lo menos, defender lo conquistado. Era el día 1º de Enero de
1.938; la nieve alcanzaba ya una altura de unos 30 centímetros y la
temperatura descendió por debajo de los 14 grados. La penosa situación
en que se encontraba el Tercio, y la más grave de los sitiados que
terminarían por rendirse, me reafirmó en mi convicción, expuesta más
arriba, de que quienes planearon la operación, lo hicieron con un retraso
de diez días. Porque, nuestro Tercio, con el resto de las unidades de la
Brigada o División, estuvimos rascando la barriga entre el 17 y el 28 de
diciembre en Saelices de la Sal, Santa Eulalia y Gea de Albarracín,
mientras el enemigo acumula tropas y abundante material al cerco de Teruel
a marchas forzadas. Afianzamos nuestras posiciones, cavando cuevas para
poder descansar y dormir; puede decirse que nuestra vida transcurrió bajo
tierra durante casi dos meses, y solamente por la noche salíamos a pasear
por el exterior. El enemigo nos sometió a durísimos ataque,
principalmente a lo largo de la primera quincena del mes de enero. Nuestra
Compañía, la 4ª, sufrió bastantes bajas, entre ellas la del Capitán,
Enrique Jiménez Porras y mi paisano, Nicolás Rodríguez, fornido y
robusto, a sus 16 años recién cumplidos. También hubieron de ser
hospitalizados, con síntomas de congelación, un importante número de
compañeros y algunos, entre ellos mi otro paisano, José Quinto,
sufrieron amputaciones que les inutilizaron para seguir la lucha. A partir
de ahí el ímpetu enemigo decayó hasta casi extinguirse, con solamente
algunos ataques ocasionales, muy esporádicos y sufriendo siempre
importantes bajas el enemigo. Y esta situación se prolongó hasta la
segunda decena de febrero. Eso si, casi a diario la aviación nos
obsequiaba con unos espectaculares combates de escasa duración, porque la
superioridad de los nuestros cazas era manifiesta. Y en dos o tres
ocasiones una escuadrilla de “ratas”(Aviones de fabricación soviética) ametralló nuestras
posiciones, pero sin hacer blanco, ya que, como he relatado, teníamos
buenos refugios.
Heroico requeté del glorioso Tercio de Navarra, en esa batalla, a su lado y codo con codo, estaba yo con mi Oriamendi luchando por Dios y por España.
Y llegó nuestra definitiva ofensiva. El 19 y el 20 de febrero nuestra aviación inició un intenso bombardeo de las posiciones enemigas, mientras nosotros, asombrados y atónitos, veíamos llegar una escuadrilla de bombarderos como dejaban caer su mortífera carga; pero antes de desaparecer por el lado opuesto aparecía otra escuadrilla que seguía los mismos pasos. Así durante horas. Por fin, el día 21, nos ordenaros salir de nuestras trincheras para ocupar las enemigas, y nos lanzamos gritando: “¡Viva Cristo Rey, viva España!”( los requetés jamás pronunciamos el famoso “arriba España” de los falangistas). El trecho entre nuestras trincheras y las de la primera línea enemiga era muy corto, por lo que pronto nos encontramos (nuestro pelotón) con una veintena de sus defensores, en plan de rendición (en pié y con los brazos en alto); aparecieron ante nosotros de rodillas, con las manos juntas, implorando perdón. Fue un espectáculo penoso: semidesnudos, sucios, rostros y manos ennegrecidos... Y MUCHOS MUERTOS y Heridos son recoger.
"He aquí una prueba de como pretendían los algunos mandos del Ejercito Republicano (Al más puro estilo Stalinista) mantener la resistencia al avance de las Tropas Nacionales. Las fotografías muestran dos aspectos de un joven miliciano Rojo sirviente de una ametralladora (Maxims) en el frente de Teruel, sujeto a la misma con cadenas para que No pudiera abandonar su puesto ante el ataque nacional, encontrando así una muerte segura"
¡DIOS NOS PERDONE A TODOS POR EL
HORROR DE LAS GUERRAS!
Descansa en la Paz de Dios bravo soldado hermano y
enemigo
A partir de ahí nuestro avance ya se hizo imparable,
haciendo numerosos prisioneros y ocupando depósitos de municiones y
armamento. Tomamos Villaescusa y varias cotas del monte Galiana; pero para
darnos un respiro y disfrutar de un merecido descanso, nos enviaron a
Cella . El Mando debió pensar que nos aburría el descanso y una noche de
mediados de marzo nos embarcaron en camiones para dejarnos en Molina de
Aragón, importante ciudad que, pese al nombre, pertenecía a la provincia
de Guadalajara. Allí se había amotinado un Tábor de Regulares.
Afortunadamente, no hubo lucha; los amotinados se rindieron ante la
llegada de nuestro Tercio y en la fría madrugada del día siguiente a la
rendición, fueron fusilados los cabecillas por un pelotón del propio Tábor,
que nos obligaron a presenciar.
Apuntes de ¡Mi Capitán Bustindui! de la 1ª Compañía del Oriamendi
Relato del Capitán Bustindui a su Nieto Iñigo
La primera Compañía
del Tercio de Oriamendi, en rápido y valiente avance de sus requetés, empieza
a ocupar las trincheras de La Muela. El Capitán Bustindui (mi Abuelo) al
frente de su Compañía y al mando directo de una Sección, cuando va a
comprobar qué había pasado con las otras dos secciones ve venir a uno de
sus sargentos con dos prisioneros rojos. El Capitán los custodia pistola
en mano y en la acción de conducirlos a segunda línea de combate, con
los dos prisioneros por delante, el enemigo les localiza y empieza a
disparar con máquina ametralladora desde sus trincheras. El Capitán ve
pasar las balas muy cerca no dándole tiempo de buscar abrigo y de pronto
siente un tablazo en la espalda (una bala le alcanzó por la espalda y le
salió por el lado derecho del pecho). Sigue caminando 30 ó 40 metros
donde se desploma al suelo. De inmediato llegan los camilleros a
socorrerlo. Lo llevan al puesto de primeros auxilios del frente y de
allí al Hospital de línea donde pasa 8 días viendo morir a muchos
compañeros del Ejercito Nacional por diversas heridas; algunos de ellos
con heridas en el abdomen o en el pecho, no les daba tiempo a los
Doctores de Sanidad para operarlos con la rapidez suficiente para
salvarlos y otros morían congelados, pues hacía mucho frío y estaba todo
nevado.
Posteriormente lo transportan, en ambulancia, al Colegio del Sagrado
Corazón de Zaragoza que servía como Hospital de Sangre, donde permanece
un par de semanas. No lo dejaban acostarse, tenía que estar sentado para
que pudiera recuperarse del pulmón. Transcurridas estas dos semanas,
otra ambulancia lo transporta a Pamplona donde, en el transcurso del
traslado, la ambulancia cae en un bache y siente que la sangre le
escurre por la espalda, le dice al asistente que revise su espalda pero
estaba seco pues la hemorragia era interna. El traslado lo hacía
junto con otros cuatro heridos que tenían balazos en diversas partes del
cuerpo y cuando cae la ambulancia en el bache, dice mi abuelo, que los
pobres no paraban de dar gritos de dolor y el Capitán, que ya empezaba a
poder hablar normal, se queda de nuevo sin voz. En Pamplona le aplican
una pleuracentesis para extraer la sangre y líquido del pulmón y le
recetan el Brontosil, primeras sulfas que se empiezan a utilizar.
Y nos trasladamos a la Provincia de Huesca para iniciar las operaciones en el Alto Aragón. Tras unos pocos días en el castillo de Argos, a pocos kilómetros de Huesca, nos lanzamos a la conquista del castillo de Montearagón el día 25, el 26 Siétamo y Velilla; el 27 Angüés, pasando el río Alcanadre, para ocupar Las cellas y el 28 la importante ciudad de Barbastro. Existía el temor de que las tropas enemigas defenderían la Ciudad, por lo que a la distancia de un kilómetro, poco mas o menos, de las primeras casas, se nos ordenó la aproximación en despliegue, para avanzar formando un semicírculo con el fusil a punto y la bayoneta calada. Y así, con mucha cautela todos nuestros efectivos penetramos simultáneamente por varios puntos distintos en una ciudad sumida en tan profundo silencio que parecía deshabitada: pero comenzó un repique de campanas y el vecindario se fue dejando ver tras los cristales de ventanas y galerías, mientras nosotros nos felicitábamos entre sí. En todo este recorrido el enemigo ofreció muy escasa resistencia. Ante nuestra proximidad se batían en retirada, mientras los pueblos quedaban desiertos. La excepción, en este caso, se dio en Barbastro donde huyeron las tropas que deberían defender la Plaza, pero no los habitantes residentes, salvo las lógicas excepciones de matiz político. Y poco a poco las calles y plazas empezaron a cobrar vida. La gente se abrazaba entre sí, nos hacían partícipes de sus abrazos y nos colmaban de besos, con enfervorizados y emocionados gritos: “¡Viva España! ¡Vivan los Requetés! ¡Vivan las Brigadas de Navarra!”.
Pero el enemigo nos la “tenían preparada” al otro lado del Cinca, con la voladura de puentes y, especialmente las compuertas del embalse de Barasona. El paso del Cinca se llevó a cabo la tarde del día 29 con importantes bajas para las tropas nacionales que operaban a nuestra izquierda, río arriba.
El 29, sobre las tres de la tarde, emprendimos la marcha para cruzar el río Cinca. Todo el Tercio Oriamendi se desplegó muy cerca de la orilla, teniendo a la derecha al Tercio de Nuestra Señora de Begoña y a la izquierda el de Nuestra Señora La Virgen Blanca, de Bilbao y Vitoria, respectivamente. A mi compañía le correspondió hacerlo en una zona en la que el río se abría en dos canales, formando un islote de arena y gravilla de aproximadamente un Km. de largo. Dos aviones de reconocimiento sobrevolaban una larga elevación del terreno que se extendía a lo largo del río, más allá de lo que alcanzaba mi vista tratando de observar presencia de tropas enemigas y como no se detectó tal presencia, no se ordenó la actuación de nuestros aviones de bombardeo. Gravísimo error, que se saldó con muchos muertos. Río arriba se produjeron grandes explosiones y, poco después, se nos dio la orden de cruzar el río y ocupar la loma de la otra orilla. Puse mi equipo sobre la cabeza y me adentré en las aguas del primer canal que me cubría hasta la altura de las tetillas. (Yo medía 1,65 metros pero era fuerte y robusto). De pronto una tremenda lluvia de fuego de fusilería y ametralladora me salpicaba por todas partes: alcancé el arenal, me tumbé en el suelo y preparé mi fusil, como todos los demás, calando la bayoneta, porque sabíamos que, si antes no nos alcanzaba una bala, la lucha llegaría cuerpo a cuerpo. Y en medio de aquel infierno, pude ver una montaña de agua que avanzaba sobre nosotros; había que salir de allí a toda velocidad para alcanzar la colina; el arenal se me hizo interminable, pero llegué al segundo canal, algo más profundo y algo más estrecho; salí del agua y vuelta a correr, casi a volar. Me parecía que no era yo el que iba en busca de las alturas y que era la tierra que se me acercaba para brindarme la salvación y alcance los primeros metros de subida, mientras mis compañeros gritaban animosos: ¡Arriba! ¡Arriba!. Por un momento volví la vista atrás: fue una visión dantesca, un mar de aguas revueltas contra el que luchaban muchos hombres de nuestro ejército.
Los del Tercio Oriamendi habíamos tenido allí mucha suerte, imaginamos que la conquista de aquellas trincheras terminarían en un combate cuerpo a cuerpo, pero, gracias a Dios, no ocurrió así: el enemigo había huido cobardemente, abandonando armas y equipo. Pero allí quedamos aislados de nuestra retaguardia, porque las explosiones a las que me referí más arriba, fueron como consecuencia de las voladuras de los puentes y las compuertas del pantano. A la mañana siguiente, ocupamos Estadilla, donde permanecimos algunos días, mientras los Cuerpos de Ingenieros hacían posible los accesos entre las dos orillas del Cinca. A nuestro Tercio, y más concretamente, a nuestra Compañía, le correspondió el mejor sector en el despliegue, por que tuvimos la suerte de que no nos alcanzó de lleno la riada y aunque sufrimos algunas bajas salieron peor paradas las Unidades que operaban a nuestra izquierda. Nuestro Tercio tardó menos de media hora en cumplir su objetivo, desde el momento en que se ordenó el avance hasta alcanzar las posiciones enemigas en las lomas de la margen opuesta. Y aclaro, aunque de ello nunca tuve confirmación, que durante el despliegue de nuestro Tercio para la que resultó tan difícil operación corrió de boca en boca que detrás de nuestra primera línea había otra dispuesta para una segunda oleada, integrada por las tropas del Regimiento América. De ser esto cierto vendría a demostrar que nuestros mandos no se fiaron de la versión de nuestros pilotos, que no detectaron presencia enemiga al otro lado del río en sus vuelos de reconocimiento.
El 30, estando nuestro tercio aislado de la retaguardia, tomamos Estada y
Estadilla y durante los primeros días de abril ocupamos Calazans y la
ermita de Santa Bárbara (Patrona de los artilleros), Gabasa y Estopiñán,
ocupando algunas alturas sobre el río Noguera-Ribargozana; y, cruzando el
Guart, llegamos a Fert; cruzamos el Noguera y tomamos Agulló, en la
Provincia de Lérida. Aquí termino para el Tercio de Oriamendi la Campaña
de Aragón, para iniciar la ofensiva sobre Cataluña.
Los Compañeros Requetés Caídos en la Batalla de Teruel
Nuestro Oriamendi sufrió muchísimas bajas, pero la Cía. peor parada fue la nuestra, la 4ª, porque entre el 1º y el 8 de enero, a la pérdida de mi buen compañero y amigo Nicanor Rodríguez Carrajo natural de la Parroquia de Quiroganes, hemos llorado la muerte de otros compañeros naturales de Beasain, de entre las que puedo recordar: El capitán D.Enrique Jiménez Porras (que había sustituido al anterior, caído en la Campaña del Norte) y el Páter Rdo. Padre Aguirre, pieza fundamental en todas la Unidades del Requeté. Otras muchas bajas lo fueron por congelación, entre ellos mi otro compañero y amigo, José Quinto, natural de la Parroquia de Vilamayor, del Ayuntamiento de Verín que sufrió amputación de algunos dedos de un pie. Añadir que tomó el mando de la Cía., con carácter provisional, el Teniente Arguñano, hasta la incorporación de D.Joaquín Amenábar Cortajarena, al que pude ver mostrar gran valor y dotes de mando, en el paso del río Cinca y en Peñas de Aholo (Pedres d'Auló). En esos meses nuestro avance fue de combates hasta Salás de Pallás, donde nos dieron un respiro y merecido descanso.
Así entiendo y hallo explicación a la demora de 5 meses en certificar la muerte de Nicanor por el capitán Amenábar, quién, fatalmente, caería muerto pocos meses más tarde en la ofensiva sobre Cataluña, con mi otro compañero y amigo, Manuel Prado, de la Parroquia de Navallo.
Acta de Defunción del Requeté D. Nicanor Rodríguez Carrajo, Natural de la Parroquia de Quiroganes certificado por el Capitán de Requetés Joaquín Amenabar. Nicanor tenía 17 años cuando dio su vida por DIOS, LA PATRIA Y EL REY defendiendo la posición de la "Muela de Teruel" en la Batalla de Teruel por una bala enemiga.
El Documento es fotocopia del Libro de Difuntos de Quiroganes, nº 14, folio23 Vtª, que me ha sido facilitada por el Rdo. Padre D. ARTURO PÉREZ FERNÁNDEZ, actual cura Administrador de la Parroquia de San Bartolomé de Quiroganes, Provincia y Diócesis de Ourense, en carta fechada en Verín, el día 22 de junio de 2005.
Nuestro Oriamendi, compartío la defensa de “La Muela” con los Tercios de Navarra y Ntrª Sra. De Begoña, soportando muy bajas temperaturas, por lo que, además de los heridos por el fuego enemigo, se produjeron numerosas bajas por enfermedades pulmonares y por congelaciones; de tales circunstancias dejé constancia en el apartado dedicado a la campaña de Teruel, en el que hago referencia a la segunda baja del grupo de los orensanos integrados en la 4ª Compañía. (La primera baja había tenido lugar la tarde-noche del 31 de diciembre del 37, cuando en nuestra aproximación a “La Muela” sufrió un ataque de apendicitis el orensano, Manuel Sánchez Vázquez).
Ocurrió el día 3 de Enero de 1.938, cuando en una revisión rutinaria de nuestro médico, apreció síntomas de congelación en los pies de mi compañero, José Salgado García , apodado “Quinto”, natural de Vilamaior do Val – Verín (Orense). Evacuado de urgencia a un hospital (¿el “ALFONSO CARLOS” de Pamplona?), donde sufrió amputación de los dedos de un pie; se le declaró inútil total y la valió el título de Caballero Mutilado.
El Dr. Pablo Lárraz Andía, es un joven investigador en el campo de la medicina en la época de la trágica guerra civil española. Hemos mantenido contacto por todos los medios de comunicación cuando preparaba su primer libro, y llegó la oportunidad de conocernos con motivo de la presentación del mismo, al que he tenido el honor de asistir con uno de mis hijos, casi perdido entre la multitud de personalidades del mundo de la política, la medicina, la flor y nata de la cultura pamplonica… A destacar la presencia de gran número de supervivientes de los heroicos tercios de requetés vasco-navarros, algunos de los cuales recibieron asistencia médica en el famoso Hospital y vivieron la emoción del reencuentro con sus cuidadores: Médicos y Enfermeras.
En su libro el autor me cita en las páginas 108, 201 y 486, haciendo referencia a mi incorporación en la 4ª Cía. del Oriamendi, cuando el Tercio se hallaba de descanso en Mañeru, tras la campaña del Norte Y en el álbum de fotos que lo ilustran figura mi más entrañable fotografía familiar.
Quiero expresar aquí mi más profundo agradecimiento al Doctor, Don Pablo Larraz Andía, que me autorizo la publicación de tan encomiable trabajo realizado en colaboración con su colega, Doctor Don C. Ibarrola.
INTRODUCCIÓN
Durante el invierno 1937-38 en la ciudad de Teruel y sus proximidades tuvo lugar una de las mayores batallas de toda la guerra civil española que pasaría a la historia como la desarrollada en condiciones ambientales más extremas. Sus consecuencias en el campo sanitario fueron un ingente número de combatientes de ambos bandos con lesiones debidas en su mayoría no a las balas o metralla, sino a la exposición prolongada del cuerpo a un frío extremo. Los sistemas de evacuación y las redes de asistencia hospitalaria de ambos ejércitos sufrieron un colapso a partir de diciembre de 1937, y las consecuencias no tardaron en sentirse en las zonas situadas “a retaguardia”.
Navarra contaba en diciembre de 1937 con 18 centros hospitalarios en funcionamiento destinados de forma específica, total o parcialmente, a la atención de enfermos o heridos de guerra, integrados dentro de la red de hospitales militares del ejército nacional como “establecimientos de segunda línea”.
Sin embargo, tras la saturación de todos los centros sanitarios de la provincia de Zaragoza –principal bastión sanitario del ejército sublevado en el Frente de Aragón– durante las últimas semanas de 1937, los hospitales navarros pasaron a ser destino de numerosas evacuaciones directas desde los mismos campos de batalla de Teruel que, sin escala en la capital aragonesa, “desembarcaban” diariamente en la pamplonesa Estación del Norte.
Los últimos días de 1937, la Jefatura de Sanidad ordenó a todos los hospitales de la capital la ampliación urgente del número de camas y aceleró la creación de nuevos centros sanitarios en otras localidades. Los hospitales militares de Falces, Lumbier, Aoiz y el “José Antonio” de Pamplona abrieron sus salas en los primeros días de 1938, mientras que el resto de centros navarros ampliaba su capacidad de forma apresurada. Por ejemplo, el Hospital “Alfonso Carlos”, instalado en el Seminario de Pamplona, pasó en dos meses de 780 camas a albergar más de 1.300. En cuatro meses, los establecimientos de guerra navarros casi duplicaron su capacidad para poder acoger hasta 4.970 hospitalizaciones. Victoriano Juaristi, cirujano del Hospital Militar de Pamplona, describía el panorama de este modo: “Nuestro hospital volvía a actuar como si fuera del frente. Recibimos heridos desde el campo de batalla casi directamente, o con muy breve escala en Zaragoza”.
A pesar de estas medidas la situación desbordó todas las previsiones. Tras la saturación de los centros sanitarios de Pamplona, varias evacuaciones de heridos por congelaciones terminaron en pequeños hospitales de convalecencia de la Ribera de Navarra, sin apenas medios técnicos ni personal sanitario preparado, y otras muchas continuaron ruta por ferrocarril hacia establecimientos del País Vasco, Castilla, Asturias, Santander y Galicia. A partir de marzo de 1938, con la mejoría de las condiciones meteorológicas, remitieron las evacuaciones masivas y el funcionamiento de la red de hospitales militares en Navarra se estabilizó.
Hasta la batalla de Teruel, los antecedentes médicos más próximos en el tratamiento de las lesiones por congelación se remontaban a los célebres “pies de trinchera” de la Gran Guerra europea de 1914-1918. Además, el número de congelados durante el primer invierno de contienda civil (1936-1937) había sido muy escaso.
Este período, sin duda el más intenso desde el punto de vista asistencial en los hospitales navarros, dio pie a la aplicación y el desarrollo experimental de técnicas médicas y quirúrgicas en el tratamiento de una afección novedosa: las lesiones por congelación. Así lo percibieron tres facultativos destinados en los equipos quirúrgicos de los principales hospitales militarizados de Pamplona: Victoriano Juaristi Sagarzazu, del Hospital Militar de Pamplona; Pascual Ipiens Lacasa, encargado del Servicio de Cirugía General, Traumatología y Urología del Hospital Provincial; y Andrés Martínez Vargas jefe de las salas de cirugía del Hospital “Alfonso Carlos”. Conocedores de la excepcionalidad de las lesiones y apoyados en una casuística numerosa registraron el resultado de sus experiencias y dejaron constancia escrita de sus impresiones personales. Además, Carlos Gil y Gil, radiólogo del Hospital Provincial y encargado del Servicio de Onda Corta establecido específicamente por la Dirección de Sanidad Militar para el tratamiento de las congelaciones, recogió los resultados de sus experiencias en un artículo publicado en 1939 por la Revista Española de Medicina y Cirugía de Guerra.
Este material, junto a las estadísticas
recogidas por la Jefatura de Sanidad y los testimonios de personas implicadas
directamente en los acontecimientos, nos permite analizar este episodio
sanitario desde perspectivas diferentes y confrontar, 65 años después,
opiniones, tratamientos y resultados sobre la misma afección, un caso inusual en
la medicina de nuestra guerra civil.
REQUETÉ MARIANO BERISTAIN del Tercio de Zumalacárregui (Montejurra en esas fechas)
Recientemente he recibido documentos sobre la muerte del compañero requeté del Tercio de Zumalacarregui, D. Mariano Beristain, que me causó profunda emoción, porque quiso Dios que muriese luchando, codo con codo, con Nicanor Rodríguez, el mismo día, en la misma posición (La Muela) y, posiblemente, a la misma hora, del furibundo ataque a la desesperada que aquel día, 8 de enero de 1938, desencadenó el ejército Gubernamental para romper el cerco que ejercíamos sobre la ciudad de Teruel. Y me parece que sería de justicia que al lado del escrito que certifica la muerte de Mariano, figure el que certifica la muerte de Nicolás. Dos requetés, de distintas regiones y distintos Tercios Carlistas que vuelan al cielo, desde el mismo sitio, el mismo día y a la misma hora. ¡Qué juntos tenían que haber estado!
Requeté D. Mariano Beristain de la 3° COMPAÑIA DEL TERCIO ZUMALACARREGUI (Ya fundido al MONTEJURRA), caído en la Muela (Frente de Teruel) el 8 de enero de 1938. ESTA EL DEVOCIONARIO EMPAPADO CON SU HEROICA SANGRE, ya que cuando recibió la mortal bala en la cabeza que acabo instantáneamente con su vida, portaba en el bolsillo de la guerrera esta AUTENTICA RELIQUIA.
DEVOCIONARIO EMPAPADO CON LA HEROICA SANGRE DEL REQUETÉ MARIANO BERISTAIN
Quiera Dios que mi testimonio valga para rehabilitar su memoria (José Álvarez Limia).
El día 7 de enero de 1938 el Coronel Rey D´Harcourt, no pudiendo resistir más, se ve obligado a firmar la rendición de la ciudad, junto con el Gobierno Militar y las 1.500 personas que aproximadamente habían en el Hospital de la Asunción, entre las que se hallaban combatientes, heridos, mujeres y niños. El acta que Rey y sus oficiales firmaron decía así:
"Estimamos que después de veinticuatro días de defensa sin recibir ayuda
del exterior contra un enemigo muy superior en número y material, perdidas todas
las posiciones, excepto los edificios del Hospital de la Asunción, ruinas del
Colegio Sadel y parte del Gobierno Militar, aislados e incomunicados del
edificio del Seminario que aún resiste, agotadas todas las provisiones,
careciendo de agua, escaseando las municiones, agotadas las bombas de mano,
desaparecidas entre los escombros las armas automáticas, con un noventa por
ciento de bajas en la oficialidad, perdida la moral de la tropa, entre la que es
continua la deserción al campo enemigo, el Gobernador de esta plaza, de acuerdo
con los jefes y oficiales que suscriben, teniendo en cuenta la existencia de más
de mil quinientos heridos sin la debida asistencia por falta de material
sanitario, y amenazados de muerte por los medios modernos de combate acumulados
por el enemigo republicano como artillería de grueso calibre, tanques,
lanzallamas y minas, de las cuales han hecho uso previamente destruyendo el
Banco de España, Hospital del Casino y gran parte del Gobierno Militar,
consideran que se han agotado todos los medios que el deber y el honor militar
aconsejan en la defensa de esta plaza, cuya prolongación no podría beneficiar a
la marcha general de las operaciones, no obteniendo más resultado que el
sacrificio del personal no combatiente y heridos (Š) por lo cual acuerdan la
rendición de las posiciones del Hospital de la Asunción, Colegio Sadel y
Gobierno Militar en la parte que aún conservan, con la condición de que sean
respetadas las vidas del personal civil".
El heroico Coronel Rey D´Harcourt
fue vilmente asesinado el día 7 de febrero de 1.939 en una barrancada de Girona
cuando ya la guerra estaba perdida por el Ejercito Popular Republicano, teniendo
como compañero de martirio a Monseñor Anselmo Polanco, Obispo de la Diócesis
turolense, junto a otros prisioneros.
LA BATALLA DE
TERUEL EN FECHAS
AÑO 1937
Día 15-12-37. - Se inicia el ataque del Ejército Rojo contra Teruel. El Coronel
Rey D'Hancourt se encarga de la defensa de la Plaza. El Tercio Oriamendi, con el
resto de las Unidades de su División descansa plácidamente, primero en Saelices
de la Sal, luego en Santa Eulalia y después en Gea de Albarracín.
Día 16.- Se cierra el cerco a Teruel, Franco ordena enviar refuerzos, pero
nosotros seguimos descansando.
Día 18.- Los Rojos continúan el asedio y conquistan La Muela, posición clave con
la Ciudad a su pie.
Día 19.- Las temperaturas descienden de manera brutal; nuestro descanso se
mantiene, pero estamos bien abrigados.
Día 22.- El ejército Rojo entra en Teruel. Los Nacionales se resisten,
haciéndose fuertes en los más emblemáticos edificios de la ciudad. Por fin
Franco suspende la ofensiva sobre Madrid para recuperar Teruel. No obstante,
incomprensiblemente, nosotros seguimos el prolongado descanso.
Día 27.- Creo recordar que fue ese día cuando se nos ordenó acudir a la defensa
de Teruel.
Día 28.- Llegó mi bautismo de fuego en Montordo, la madrugada de ese día.
durante la celebración de una Misa de Campaña que nos preparaba para afrontar
los durísimos combates que nos esperaban.
Día 29.- Con otras Unidades participamos en el ataque a la posición de Los
Morrones, cuando ya las temperaturas alcanzaban los 12 grados bajo cero.
Día 30.- Proseguimos el avance hacia Teruel, ante un enemigo que cedía terreno,
batiéndose en retirada. El frío se hacía más intenso.
Día 31.- Parecía una copia del anterior, pero a última hora de la tarde una
intensa nevada puso muchas dificultades a nuestro avance. Se produce la primera
baja de los 4 orensanos destinados en la 4ª Cía. del Oriamedi: Manuel Sánchez
Vázquez sufre un ataque de apendicitis y es evacuado al hospital. Nuestro Tercio
conquista La Muela.
AÑO 1938
Día 01-01-38.- El ejército Rojo intenta recuperar La Muela. Nuestro Oriamendi
defiende el sector con valentía, desde improvisados parapetos, al tiempo que se
abren trincheras y se colocan alambradas de protección.
Día 02.- El enemigo insiste en sus ataques, mientras el frío se hace ya
insoportable; dicen algunos compañeros tener noticias de que descendió a los
VEINTE BAJO CERO.
Día 03.- A las bajas por heridas del fuego enemigo comienzan las bajas a causa
de enfermedades pulmonares y congelación, entre los últimos está nuestro
compañero del grupo de los 4 orensanos de la 4ª, José Quinto.
Día 06.- En la Ciudad, la situación de los sitiados es ya desesperada.
Día 07.- Fuerzas de Carabineros del ejército rojo, lanzan en un furibundo
ataque nocturno en el que cae herido de muerte, Nicanor Rodríguez Carrajo y la
representación de los requetés orensanos en la 4ª, queda reducida a mi persona,
el más joven de los cuatro. Ese mismo día se rinde al enemigo el heroico Coronel
Rey D´Harcourt.
Días 08.- En uno de los ataques enemigos, cae muerto mi Capitán, el de la 4ª,
D. Enrique Jiménez Porras, que es sustituido por D. Joaquín Amenábar
Cortajarena.
Día 11.- Ejerciendo su Sagrado Ministerio en tan cruciales, combates, nuestro
Pater, Rdo. D. Javier Aguirre, resulta herido de tal gravedad, que muere poco
después, siendo sustituido por el navarro, Padre Rdo. D. Máximo Olóriz.
Día 20.- Nuestras fuerzas cierran el cerco sobre la ciudad, mientras la
aviación castiga las trincheras enemigas a lo lago de toda la mañana.
Día 2l.- En las primeras luces de la mañana nuestras fuerzas aéreas inician el
castigo sobre las posiciones enemigas, que se prolonga durante toda la mañana.
Día 22.- Antes del amanecer nuestro Oriemendi recibe la orden de prepararnos
para un inminente asalto a las trincheras enemigas, con especial mención a la
necesaria dotación de bombas de mano y calar bayonetas, ante un previsible
cuerpo a cuerpo. Nos desplegamos a lo largo de la trinchera, dispuestos a dar el
salto, en medio de un impresionante silencio; era el momento de la preparación
espiritual. Puse la mano sobre el ¡DETENTE! que pendía a la altura de mi corazón
y preparé el alma para el abrazo con Cristo Rey. Iniciamos el ataque a la
primera línea de defensa roja y sus defensores se rinden, por lo que nuestro
asalto a la ciudad resulta ya imparable. Teruel vuelve a ser Nacional.