I.
EN RECUERDO.
Un grupo de voluntarios al que los españoles, sea cual fuere su
bando, no tienen ninguna infamia que reprochar: los irlandeses del
Tercio. Movidos por una sincera amistad hacia España y por el
profundo deseo de defender la Cristiandad amenazada, esos hombres,
olvidados hoy, eran verdaderos idealistas. No eran los peones del "Komintern"
ni comisionados por ningún gobierno extranjero; no vinieron para
revolucionar, sino para servir, y su caballeresca epopeya merece más
honor que las fechorías de André Marty.
II. EL LLAMAMIENTO DEL GENERAL O'DUFFY.
En agosto de 1936, apenas un mes después del alzamiento español,
empezó la aventura de los voluntarios irlandeses. El general O'Duffy,
líder de la derecha irlandesa, es invitado por un amigo carlista a
que reclute una brigada de combatientes que se una a los Requetés.
Tal gesto -escribe el español- tendría valor ejemplar en el mundo
católico; también tendría muy buen impacto sobre la moral de los
nacionales.
Garda Commisioner EOIN O'DUFFY (Centro)
No resulta muy difícil convencer al general. Como la mayor parte de
sus compatriotas, Eoin O'Duffy ya es partidario de la causa
nacional. Entre todas las personalidades de primer plano, es el
mejor capacitado para una operación militar. Nacido en 1892 y
veterano de la guerra de independencia, durante la cual se destacó
al lado del legendario Michael Collins, ha sido jefe del Estado
Mayor antes de mandar la policía nacional (An Garda Siochana)
durante diez años. Destituido en 1933 a petición de la izquierda,
dirigió la «National Guard» y presidió el «Fine Gael», o sea, el
principal partido de la derecha irlandesa. Desde 1935, está al
frente del «National Corporate Party», una pequeña formación cuyas
ideas se parecen mucho a las de Salazar y Dollfuss, y cuyas «camisas
verdes» disputan la calle a los peleones del IRA.
Atraído por la idea de contribuir directamente a la lucha contra el
comunismo, O'Duffy escribe a varios periódicos para expresar su
convicción de que Franco «está defendiendo las trincheras de la
Cristiandad» Y, de paso, sugiere la posibilidad de reclutar un
cuerpo de voluntarios. El eco es inmediato y de todos los condados
afluyen cartas de aprobación por centenares. Muchos jóvenes se
declaran dispuestos a marchar. También son numerosos los ciudadanos
«instalados» -granjeros, tenderos, obreros, profesores, etc.- que
contestan afirmativamente, como el comandante O'Malley, caballero de
Malta, o el teniente-coronel P. R. Butler, hijo del general Sir W.
Butler.
La participación irlandesa en la guerra española deriva naturalmente
de la vieja amistad que une a las dos naciones. Al general le gusta
referirse a los soldados de la Invencible que vinieron a prestar
socorro a Irlanda y también a los innumerables irlandeses que
sirvieron al Reino de España. Así el marino O'Flaherty, el compañero
de Colón, los generales O'Donnell, O'Shea y O'Reilly, sin olvidar al
arzobispo de Cashel, el Colegio irlandés de Salamanca y la Iglesia
de los Irlandeses en Madrid. Los simpatizantes de la Cruzada pueden
remitirse a una auténtica tradición histórica. Por estereotipado y
sentimental que sea, este lenguaje no deja al público irlandés
indiferente.
III. EL PROYECTO SE PLASMA.
Ante el entusiasmo que suscita su iniciativa, O'Duffy decide
preparar un proyecto detallado y someterlo a las autoridades
españolas. El 20 de septiembre, éstas le dan su acuerdo de
principio, y en seguida, el general viaja a España. Llegado vía
Hendaya y escoltado por una guardia de honor, pasa por el monasterio
de Elizondo y, luego, se detiene en Pamplona donde se entrevista con
el gobernador de Navarra, Don Juan Pedro Arraiza. En Burgos, habla
con el general Cabanellas y, después, se dirige a Valladolid donde
le espera el general Mola. La conversación se desarrolla en el
ambiente de la reciente liberación del Alcázar de Toledo. «Irlanda
está al lado del pueblo español en su combate por la Fe», dice
O'Duffy. «Convencidos que la causa de Franco es la de la
civilización cristiana, voluntarios irlandeses están dispuestos a
combatir con las fuerzas nacionalistas»1.
Mientras la fiesta está en su apogeo en Valladolid, el general Mola
vuela a Cáceres a fin de conferenciar con el Generalísimo. Pocas
horas después, O'Duffy recibe el mensaje siguiente: «El general
Franco tiene mucho gusto en aceptar el ofrecimiento irlandés de
reclutar una brigada de voluntarios». Anunciada por altavoces, la
noticia es acogida por los «vivas» del gentío que se apiña en las
calles. Invitado a expresarse ante el micrófono de Radio Nacional,
O'Duffy no oculta su satisfacción: «Veo el espíritu de una gran
nación que se alza tan duro como el acero templado, para defender de
nuevo, como España tantas veces lo hizo en el pasado, la gloria de
la civilización cristiana frente a los asaltos de bárbaros y paganos
(…) Irlanda hará todo lo que pueda para ayudar a su amiga y aliada
histórica en la Cruzada gloriosa que conduce con tanto éxito».
De su breve estancia en la zona nacional, O'Duffy guarda una imagen
de serenidad y orden que contrasta con el caos que reina entre los
republicanos: «En la España nacional
-escribe- la vida sigue de nuevo su curso normal. Los hombres
cultivan sus tierras para alimentar a sus familias extenuadas y a
los soldados que están en el frente. Los pastores llevan sus rebaños
a pacer, y en las ciudades, los negocios se hacen casi normalmente.
La paz reina sobre las colinas y llanuras, solamente turbada a lo
lejos por el ruido de un cañoneo que recuerda la próxima tormenta»
3.
Esta buena impresión le confirma en su opción y, con una energía
duplicada, regresa a Irlanda para dedicarse a formar una brigada.
IV. EL CONSENSO DE LA IGLESIA.
En Dublín, ha surgido la polémica en torno al proyecto. Convocado
con toda urgencia, el «Dail» (Parlamento) vota una ley que prohíbe a
todo ciudadano irlandés que se aliste en España bajo pena de una
multa (hasta 500 libras) y de un encarcelamiento (hasta dos años).
En Gran Bretaña el asunto también causa remolinos: invocando el
Pacto de no-intervención, algunos diputados -los señores Manders,
Roberts, Gallacher- exigen resueltamente que se impida a los
voluntarios que salgan desde puertos ingleses.
Esta campaña de intimidación no impresiona al general O'Duffy. Seis
mil personas ya han respondido a su llamamiento y la Iglesia
Católica le apoya casi oficialmente. Haciéndose eco de las palabras
de los obispos de Vitoria, Pamplona y Salamanca, más y más prelados
toman partido. En Nueva York, el Cardenal Hayes denuncia «los
enemigos sanguinarios y diabólicos de Dios y de su iglesia»,
mientras Monseñor Richard Fitzgerald, el Obispo irlandés de
Gibraltar, declara: «Se trata del porvenir de la religión del orden
y del bien, no sólo para España, sino para una gran parte del
mundo». Según el Cardenal Mac Rory, que se manifiesta en Drogheda,
«se trata de saber si España será, como lo fue siempre, una tierra
cristiana y católica o si va a ser una tierra bolchevique y hostil a
Dios». ¿Quien se atrevería en esas condiciones a criticar al soldado
O'Duffy por ir en socorro de la Cristiandad española?
Se sabe que miembros del IRA ya combaten con los rojos y, por eso,
el argumento de la no-intervención resulta poco convincente. Lo que
se conoce del bando republicano más bien sirve a la causa del
general O'Duffy. Según el parecer del capitán McGuinness, quien
desertó y volvió a Irlanda, «el gobierno de Madrid es 100% rojo y
violentamente hostil a la Iglesia Católica» y «cada irlandés que
combate o defiende este régimen, defiende al enemigo de su Fe» .
Por el contrario, la iniciativa de O'Duffy parece estar en armonía
con las convicciones profundas del católico pueblo de Irlanda y las
aspiraciones de su clero. Como dirá, más tarde, el dominico Paul
O'Sullivan dirigiéndose a un grupo de voluntarios:
«…Vais a combatir
en el Santo nombre de Dios, por la gloria de Dios, para defender a
Dios, para salvar nuestra Santa Fe, para salvar la Cristiandad, para
proteger al mundo de las atrocidades que han sido cometidas en
Rusia, en Méjico y ahora en España».
V. UNA SALIDA FRUSTRADA
Tan pronto como está de vuelta, O'Duffy se pone a trabajar. Envía
circulares de alistamiento, procede a una primera selección de
suboficiales y también a la selección de los voluntarios cuyas
capacidades y aptitud física son debidamente verificadas.
Sin embargo, uno de los problemas mayores del general sigue siendo
el transporte. No hay ningún enlace marítimo entre Irlanda y España
o Portugal. Desde Inglaterra, los buques son escasos en el invierno.
Por otra parte, fletar un buque alcanza un precio prohibitivo.
Finalmente es Juan de la Cierva, eminencia gris de Franco en
Londres, quien ofrece encargarse del transporte. Con la ayuda de
Nicolás Franco, alquila el «Domino» y lo hace rearmar en Vigo. La
primera salida tendrá lugar el día 16 de octubre de 1936 cerca de
Waterford.
Por parte irlandesa, el asunto está siendo meticulosamente
preparado. En cada condado, un coordinador se encarga de conducir a
los voluntarios hasta el puerto de embarque cuyo nombre se guarda
secreto. Gracias a los fondos recaudados por el «Irish Christian
Front» de Patrick Belton, O'Duffy ha mandado comprar 1000 camisas
verdes y 1000 gorras; también ha contratado a un piloto para guiar
el buque español.
El 14 de octubre, todo está listo; las últimas consignas han sido
distribuidas y muchos voluntarios se han puesto en marcha; pero,
sobre las siete de la tarde, un mensaje del general Franco anuncia
el aplazamiento «sine die» de la operación. Para O'Duffy, que debe
advertir a todo el mundo, es una mala noticia; lo es también para
centenares de hombres que habían abandonado sus empleos y se habían
despedido de sus familias, y que se ven obligados a volver a sus
casas defraudados.
Este episodio no desanima al general que sale para Salamanca a fin
de aclarar la situación. De camino, visita Irún y San Sebastián, y
se detiene en Fuenterrabía donde vive Walter Meade, un deportista
irlandés muy conocido en España. En Salamanca, es recibido en
seguida por Franco que le explica brevemente los motivos de su
contraorden: al averiguar que la URSS buscaba un pretexto para
denunciar el Pacto de no-intervención e intensificar su ayuda a los
rojos, ha juzgado preferible que no se lo ofreciera la brigada
irlandesa en bandeja. «En todo -añade el Generalísimo- el interés de
España debe tener prelación». No hay nada que objetar y el incidente
queda cerrado.
Invitado por Franco a permanecer unos días en España como «huésped
de la nación», Eoin O'Duffy aprovecha la ocasión para visitar el
frente. Escoltado por el duque de Algeciras, el conde de San Esteban
de Cañongo, los capitanes Medrano, Meade y Gunning, va a Ávila,
Cebreros, Maqueda y, luego, a Toledo donde se entrevista con el
Cardenal Gomá. Subiendo hacia el Norte, pasa por Yuncos donde se
encuentra con el general Varela, y llega hasta Humanes y Parla desde
donde se columbra los techos de Madrid. De vuelta a Salamanca, una
buena noticia le espera: dada la afluencia continua de franceses y
rusos a la zona republicana, el general Franco autoriza la venida de
los nacionalistas irlandeses.
VI. DESTINO CÁCERES
Después de una parada en Biarritz, en casa del señor Álvarez de
Aguilar que fue embajador de España en Dublín, O'Duffy vuelve a
Irlanda. El 8 de noviembre reúne a sus coordinadores a quienes pide
que movilicen de nuevo a los que todavía quieren salir. Ahora el
perfil de la operación está perfectamente definido. Alistados por la
duración de la guerra o por seis meses, los voluntarios formarán una
o más banderas del Tercio; cada bandera se compondrá de unos 800
hombres, o sea 4 compañías; con excepción de los oficiales de
enlace, los cuadros serán irlandeses. Según el acuerdo firmado con
Franco, los irlandeses nunca tendrán que enfrentarse con los vascos,
y podrán conservar sus normas propias. Médicos, capellanes y aún…
cocineros serán irlandeses. La Bandera estará bajo mando de un
inspector-general, en este caso Eoin O'Duffy que tendrá rango de
brigadier.
Para el traslado en España, O'Duffy decide que se utilizará las
líneas existentes. Los voluntarios saldrán de Dublín para Liverpool
y de ahí proseguirán hasta Lisboa con enlace semanal. El resto del
viaje se hará por carretera. Los hombres viajarán de paisano, cada
uno comprará su billete, y sólo en España se alistarán de manera
individual.
Estando ya muchos voluntarios en pie de guerra desde la mitad de
octubre, las cosas van de prisa. El 13 de noviembre de 1936, una
primera decena de voluntarios sale de Dublín. Integran este grupo Diarmuid O'Sullivan (un ex-insurgente de 1916), el coronel Thomas
Carew, el capitán David Tormey, el abogado Bernard J. Connolly y
varios veteranos de la guerra de independencia como P.J. Gallagher,
James Finnerty, John F. Mc Carth y John C. Muldoon.
Una semana más tarde, el general O'Duffy acompaña a un segundo grupo
al que pertenecen el coronel Patrick Dalton, futuro jefe de la
Bandera, el comandante Padraig Quinn, su segundo (un hombre que ya a
los 16 años formaba parte del IRA), el doctor Peter O'Higgins,
médico de la Bandera, el capitán Tom Hyde, y otros ex-oficiales del
ejército nacional irlandés como Tom O'Riordan, Tom F. Smith, Edward
Murphy, Michael Cagney, el capitán Thomas Gunning y el comandante
Sean Cunningham. En Liverpool, el grupo se embarca a bordo del
«Avoceta», saludado por el Padre S. Gillan y por simpatizantes que
aclaman la enseña nacional y el estandarte de la brigada. En Lisboa,
los voluntarios son recibidos por los Padres Dominicos Paul
O'Sullivan, E. McVeigh, Joseph Dowdall y Crowley que celebran una
misa en su honor, luego, los voluntarios toman autocares que les
llevan hasta Elvas y Badajoz donde el gobernador militar les da la
bienvenida. El día siguiente, llegan a Cáceres, última etapa del
viaje.
El 27 de noviembre, un tercer grupo de 84 voluntarios sale de
Dublín; antes de que su barco zarpe del puerto Monseñor Byrne, deán
de Waterford, les ha remitido rosarios y Agnusdei. Evocando la
partida en su homilía dominical, Monseñor Ryan declara: «Han salido
para tomar parte en la batalla de la Cristiandad contra el
comunismo. Muchas dificultades les esperan y sólo héroes pueden
emprender tal combate» 10. A la pequeña tropa se agregan algunos
oficiales (Charles Horgan, Thomas Cahill, Eamon Horan) y también el
Padre J. Mulrean, capellán de la Bandera.
El 4 de diciembre, 100 hombres más salen de Dublín y dos días
después, otros 500 se embarcan de noche en un buque que ha venido de
España. Secretamente reunidos en Galway y llevados a alta mar por un
barco irlandés (el «Dun Aengus»), estos hombres atraviesan un
temporal antes de acceder al buque español. Desembarcados en El
Ferrol y llevados a Salamanca siguen hasta Cáceres donde una gran
fiesta acoge su llegada.
Novelesca y arriesgada, esta expedición tuvo éxito pero no se
repetirá. Prevista para la noche del 6 al 7 de enero de 1937, la
travesía siguiente no tendrá lugar. A la hora fijada, más de 700
voluntarios -la bandera de relevo- se presentan en Passage East,
pero el pueblo está lleno de policías y esperan en vano al buque
español que debía transportarles. Requerido en el último momento
para tomar parte en una operación naval cerca de Málaga, el navío no
arribará.
VII. LA XV BANDERA SE PREPARA
Tan pronto como se instala en su cuartel de Cáceres, la brigada
irlandesa se somete a una preparación intensiva bajo mando del
capitán Capablanca, un instructor español muy curtido. La nueva
unidad se llama «XV Bandera» y lleva el uniforme del Tercio (con
arpas célticas en las solapas). «El que pudiésemos formar una
bandera del Tercio» -escribe O'Duffy- «nos parecía un gran
privilegio tanto más cuanto que éramos los primeros extranjeros en
tener tal honor».
En Cáceres, los irlandeses son objeto de innumerable atenciones: el
coronel Luis de Martín Pinillos, gobernador militar, manda izar la
enseña irlandesa sobre todos los edificios públicos de la provincia,
e interpretar el himno irlandés en las ceremonias oficiales. El
Obispo permite que durante los oficios se desplieguen el estandarte
de la brigada (un lebrel amarillo sobre fondo esmeralda) y los
banderines de las compañías. Antes de marchar al frente, los
voluntarios entregan al prelado 1.500 pesetas «para sus sacerdotes».
Alojado en el Hotel Álvarez, el general O'Duffy supervisa el
entrenamiento de su tropa cuyas condiciones de vida se esfuerza por
mejorar. Acompañado por un ayudante bilingüe (el teniente de
aviación Matamoros) acude regularmente a Lisboa para recoger cartas
y paquetes; se ocupa también de la comida de sus hombres (poco
entusiasmados por el aceite de oliva), de su recreo (conciertos
dominicales), y procura que se abstengan de hacer política 12. Al
mismo tiempo, multiplica los contactos con el vecindario a fin de
asociar a su brigada con la vida de la guarnición. En vísperas de
Navidad, por ejemplo, visita los hospitales de la ciudad con una
banda militar para entregar regalos a los heridos y, el día
siguiente, recibe a las autoridades civiles, religiosas y militares.
En esta ocasión, le envían mensajes de simpatía el general Franco,
el coronel Yagüe y el alcalde de Dublín, señor Alfred Byrne.
Cuando el regimiento no está haciendo instrucción muchas son sus
obligaciones sociales. El día de año nuevo, el coronel Yagüe visita
de improviso a la XV Bandera, y el 3 de enero, el coronel Pinillos
invita a todos los oficiales a visitar el monasterio de Guadalupe.
Enarbolando banderas irlandesas, la pequeña ciudad acoge de manera
triunfal a los irlandeses y el Prior del monasterio les habla con
mucho afecto. Algunos días después, la Bandera desfila para celebrar
la toma de Málaga, y el 6 de enero, el mismo general Franco viene a
pasar revista.
El 31 de enero de 1937, una ceremonia imponente señala el fin del
período de instrucción. Después de una misa que celebra el Obispo en
la Iglesia de Santo Domingo, el general O'Duffy descubre una placa
de bronce conmemorando la estancia en Cáceres de los irlandeses.
Flanqueada por los escudos de España e Irlanda, por una cruz
céltica, una Virgen y tréboles, la inscripción dice: «En honor de
Dios, en honor de Irlanda y en recuerdo de la XV Bandera, brigada
irlandesa del Tercio, que rezó en esta iglesia mientras servía la
causa de la Fe combatiendo al lado de su antigua aliada y
protectora, España». Hubo discursos y por último, la bendición del
Obispo. A continuación, la brigada desfiló por las calles de
Cáceres, muy aplaudida por la multitud a la que ofreció, por la
tarde, un concierto de música irlandesa. Al fin del recital, se lee
un mensaje de simpatía del Caudillo y este «Día de Irlanda» se acaba
con una cena durante la cual O'Duffy agradece al coronel Pinillos su
hospitalidad impecable.
VIII. LOS IRLANDESES LEGAN AL FRENTE DE GUERRA.
El 16 de febrero, la bandera irlandesa recibe la orden de marchar
que tanto esperaba. Al día siguiente, los legionarios salen para
Torrijos a donde llegan después de 26 horas de tren. Desde Torrijos
y de conformidad con las órdenes del general Orgaz, el tren sigue
hasta Torrejón de la Calzada; luego, continúan a pie hasta Valdemoro
que alcanzan alrededor de medianoche. Sólo se trata de una etapa y
después de una noche de descanso, se ponen de nuevo en marcha hasta
Cienpozuelos donde se encuentran las trincheras que deben ocupar.
De entrada, la mala suerte se abate sobre la brigada de O'Duffy.
Cerca de Cienpozuelos, los irlandeses se encuentran con una escuadra
de voluntarios canarios que por error abren fuego. Caen dos
españoles, el teniente Bove y el sargento Calvo, y dos irlandeses,
el teniente Tom Hyde y el legionario Dan Chute; el legionario John
Hoey es herido de gravedad. Responsable del trágico incidente, la
Bandera canaria es disuelta y sus oficiales castigados 13. Las 4
víctimas son inhumadas en Cáceres, en presencia del Obispo y del
gobernador militar.
En Cienpozuelos, a orillas del Jarama, los legionarios irlandeses
ocupan la primera línea. Tienen un sector que se extiende de
Aranjuez a San Martín de la Vega, frente a las dos guarniciones
rojas de Titulcia y Chinchón. Expuestos a un intenso y cotidiano
martilleo de artillería, experimentan también los ataques de un tren
blindado y la presión constante de los «snipers» enemigos. Estas
escaramuzas pronto causan víctimas: al valiente Tom McMullen, por
ejemplo, se le amputará una pierna.
Chapoteando en trincheras estrechas, poco profundas y mal
acondicionadas, los irlandeses pronto sufren las inclemencias del
tiempo. Aquel año, llueve a cántaros… Sin impermeables, y sin ropa
de recambio, algunos tendrán que llevar el mismo uniforme durante 12
semanas. Los refugios no valen mucho más pues los colchones hierven
de piojos. Estas condiciones tienen consecuencias sobre la salud de
la tropa. A principios de marzo, el coronel Dalton debe, por
prescripción médica, dejar el mando a los capitanes O'Sullivan y
Quinn.
La XV Bandera sigue atrayendo a los jóvenes: unos veinte alféreces
españoles se suman a las filas, y también dos nuevos oficiales
irlandeses, el capitán Skeffington-Smyth (por otro nombre Michael
Fitzpatrick) y el teniente Gilbert Nangle. El servicio es bastante
penoso: los hombres permanecen 4 días en las trincheras y, luego,
tienen 2 días de descanso en un pueblo donde el manicomio es el
único edificio que permanece en pie… Cada día, la compañía de
descanso debe facilitar centinelas; también le incumbe proteger a un
batallón de ingenieros (coronel Von Thomas) que opera en la
cercanía.
IX. UNA CAMPAÑA DIFICIL
Después de un mes de trincheras, la XV Bandera se muestra impaciente
por enfrentarse más directamente con el enemigo. Una oportunidad se
presenta el 13 de marzo de 1937 cuando llega la orden de efectuar un
ataque de diversión contra Titulcia.
Cerca de las 6 de la mañana y bajo una lluvia de granadas, los
legionarios se lanzan hacia el Jarama. Sin apoyo aéreo y sin
artillería, el ataque, en un terreno llano y descubierto, resulta
muy peligroso. Contrariamente al plan previsto, los otros asaltos
sobre Titulcia han sido anulados y los irlandeses se encaran con una
resistencia máxima del enemigo. Acompañado por el mayor alemán H.F.
Recke, el duque de Algeciras y el Padre Mulrean, el general O'Duffy
se persona para dar ánimo a su tropa cuya vanguardia alcanza el río
al anochecer. Cuando llega la hora del repliegue, la Bandera cuenta
con un muerto (John McSweeney) y muchos heridos (tres van a fallecer
en el hospial de Griñon).
Dirigiéndose al general Saliquet y llamando su atención sobre las
adversas condiciones en Cienpozuelos, O'Duffy logra que se renuncie
a un segundo ataque el día siguiente. Con medios tan mínimos,
cualquier ofensiva de frente va a fracasar, lo que comprobarán los
generales Franco y Mola al visitar la posición días después.
Como se hizo con los caídos del 18 de febrero, los 4 muertos del 13
de marzo son enterrados en Cáceres, al son de las gaitas y en
presencia del Obispo y de las autoridades locales. La Bandera
irlandesa sufre otras bajas: a principios de la primavera, 150
hombres están hospitalizados y 4 de ellos (John Walsh, Tom Troy,
Eunan McDermott y Thomas Doyle) van a morir. Los primeros dos están
sepultados en Cáceres y los otros dos en Salamanca. Con secuelas
graves, 4 legionarios más (John McGrath, Mat Barlow, Jack Cross y P.
Dwyer) fallecerán más tarde, después de su regreso a Irlanda.
Al cabo de cinco semanas en Cienpozuelos, la brigada, muy
debilitada, se traslada a La Marañosa, 15 kilómetros al Norte, cerca
del Cerro de los Angeles. Esta nueva posición resulta tan arriesgada
como la anterior: apenas hay agua potable y las líneas están tan
expuestas que aventurarse fuera de las trincheras puede ser fatal.
Los legionarios soportan bien estos inconvenientes ya que tienen a
su lado dos tercios de Requetés: compartiendo las mismas ideas y
sobre todo el mismo catolicismo ardiente, irlandeses y carlistas
españoles simpatizan. A pesar del frío, de la inmovilidad y del
hostigamiento enemigo, la moral es buena.
X. FIN DE LA CAMPAÑA.
Obligado por razones administrativas y logísticas a trasladarse a
menudo a Cáceres o Salamanca y a recorrer toda la zona nacional, el
general O'Duffy aprovecha la ocasión para establecer contactos. Así
es como se encuentra con Millán Astray y con el Mufty de Marruecos.
En Sevilla le reciben Sancho Dávila y Queipo de Llano que le
proponen acoger a una segunda bandera irlandesa (en Burgos, Manuel
Hedilla le hace la misma propuesta). Viajando por Andalucía, O'Duffy
se entrevista con el Cardenal Ilundain, antes de detenerse en Jerez,
en casa del duque de Algeciras y del marqués del Mérito. Acompañado
por este piloto consumado 14, el general efectúa dos vuelos, el
primero a bordo de un bombardero Junker y el otro en un caza Fiat.
Estos viajes no impiden al general ocuparse de la suerte de sus
soldados cuyo contrato de seis meses se acaba. Por no disponer de un
contingente de relevo, el porvenir de la XV Bandera parece
definitivamente comprometido. De la oficialidad, alrededor de 100
hombres desean volver a Irlanda; por otra parte, 120 legionarios
están todavía hospitalizados y el gobierno irlandés exige que los
menores (un centenar) vuelvan a sus casas. Consultados a finales de
abril, 654 voluntarios deciden volver a su país mientras 9 optan por
quedarse.
Secundado por el capitán Fernando Camino, el capitán Arturo
O'Ferrall y el teniente Mariano Arechederrata, reagrupan y
desmovilizan a sus legionarios; se ocupan también de su traslado a
Lisboa y del alquiler de un navío. Con la ayuda de Pedro Lancastra y
del Dr. Costa Leite (ministro portugués de Hacienda), los problemas
se resuelven. Solo se quedan en Cáceres 8 heridos intransportables y
dos enfermeras (MacGorisk y Mulvaney). El 17 de junio de 1937 a las
10 de la tarde, el «Mozambique» se hace a la mar: para los
irlandeses, la expedición a España ha terminado.
Gorro cuartelero del
General Irlandés Eoin O'Duffy
Al llegar a Dublín el 22 de junio el general y sus hombres son
acogidos por más de 10.000 personas. Escoltados por dos bandas de
gaiteros, desfilan hasta el castillo donde el alcalde, Sr Alfred
Byrne, les da la bienvenida. Durante la recepción que sigue, varias
personalidades, entre las cuales Monseñor Waters, el Sr. White
(alcalde de Clonmel), Lord French, el coronel Butler, etc., agradecen
y felicitan a los legionarios. Después de lo cual, la Bandera
irlandesa se disuelve.
XI. UNA MISIÓN SIN TACHA.
Espontáneamente constituida por personas privadas, desprovista de
dinero y desaprobada por su gobierno, la brigada irlandesa de 700
voluntarios no desempeñó un gran papel militar durante la guerra. Su
presencia fue sobre todo simbólica. Como ha escrito O'Duffy: «Diez
mil irlandeses habían contestado a mi llamamiento, pero no pudimos
llevarles a España. No teníamos buques. A la inversa de lo que
ocurría en Italia, en Alemania, en Francia y en Rusia, no teníamos
ningún apoyo del gobierno; y a España le faltaban navíos».
A lo largo de su estancia en el frente, la XV Bandera no desmereció
como lo atestiguan sus 15 muertos 16 y decenas de heridos. «90% de
nuestros voluntarios» -dice O'Duffy- «eran verdaderos cruzados que
dejaban casas confortables… No eran mercenarios sino idealistas.
Para cada uno de ellos, ir a España era un verdadero sacrificio, y
todos volvieron más pobres que antes». A diferencia de los
brigadistas rojos, no fusilaron, no depuraron y no profanaron; en
sus filas no había ni comisario político ni cheka. Cáceres no era
Albacete y el alcalde, Don Luciano López Hidalgo, nunca tuvo la
menor queja de los irlandeses.
Inspirador y clave de la Bandera, Eoin O'Duffy era tan modesto como
sus hombres. «No buscamos alabanzas. Sólo cumplimos nuestro deber»,
escribe el general a propósito de su estancia en España. A
diferencia de Tito, Gerö, Staimler, Ulbricht o Dimitrov, nunca se
transformará en tirano sanguinario ni mandará asesinar a su propio
pueblo. Fiel a su palabra, se retiró de la política. A partir de
1938, se dedica a la promoción del deporte y presidirá la
«Asociación Nacional de Atletismo y Ciclismo». Discreto y
respetado, fallece el 30 de noviembre de 1944 con exequias
nacionales.
Cuando España decide naturalizar a los que querían ahogarla y erigir
un monolito recordatorio de André Marty, es de justicia pensar en
los valerosos irlandeses del Tercio. Hace 60 años, a orillas del
Jarama, combatían por Dios y por España junto a los heroicos Tercios
de Requetés Cristo Rey y Alcazar.
Christophe DOLBEAU
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