TERCIO DE SAN IGNACIO

SAN IGNACIO

Nació probablemente, en 1491, en el castillo de Loyola en Azpeitia, población de Guipúzcoa, cerca de los Pirineos. Su padre, don Bertrán, era señor de Ofiaz y de Loyola, jefe de una de las familias más antiguas y nobles de la región. Y no era menos ilustre el linaje de su madre, Marina Sáenz de Licona y Balda. Iñigo (pues ése fue el nombre que recibió el santo en el bautismo) era el más joven de los ocho hijos y tres hijas de la noble pareja. Iñigo luchó contra los franceses en el norte de Castilla. Pero su breve carrera militar terminó abruptamente el 20 de mayo de 1521, cuando una bala de cañón le rompió la pierna durante la lucha en defensa del castillo de Pamplona. Después de que Iñigo fue herido, la guarnición española capituló.


 

Tercio de San Ignacio

Del Libro de D. Javier Nagore Yárnoz  ¡Gure Banderá España'rem!, Círculo Carlista San Mateo

El Tercio de San Ignacio tuvo sus raíces en el Requeté de la tierra donde nació el Santo que dio el nombre para la Unidad. El Valle del Urola (Azpeitia, Azcoitia, Loyola, Cestona, Arechavaleta o Zarauz y demás pueblos Vascos de la cuenca del Urola). Es muy significativo que en el listado de bajas según José María Resa de 131/150 muertos y no menos de 300 heridos predominan los apellidos vascongados (Alberdi, Sorazu, Echave, Epelde, Larrañaga, Zabaleta, Reconco, Beristain, Eizaguirre, Amilibia, Aizarnazabal ó Azpitarte), conforme a su procedencia y a su lengua en la que hablaron antes, en y después de la guerra.

En el Alzamiento contra el gobierno de la Republica los requetés de Azcoitia, junto con el puesto de la Guardia Civil, intentaron ocupar la Villa y fueron derrotados y reducidos. El día 20 de Septiembre la mayoría de requetés fueron fusilados poco antes de la entrada de las tropas de Solchaga. Días después se formarían tres Compañías de requetés que fueron trasladadas a Motrico y Zarauz donde se le unen otros muchos hijos del Carlismo. En el mes de Octubre el Coronel Solchaga ordena al Tercio que ocupe y fortifique el sector de costa que ocupa. En Noviembre se encuadran en la Agrupación Cayuela (futura 2ª Brigada de Navarra) y operan en Ondarroa y Urcarregui. Por marzo las fuerzas del San Ignacio ascienten a unos 400 requetés.

Después del parón del Norte. El 30 de marzo comienza la gran ofensiva de Vizcaya desde los frentes de Guipúzcoa y Álava. A las tres Compañías se les agrega una 4ª procedente del Tercio de Nuestra Señora del Camino de Navarra. Se entra en Ochandiano el 4 de abril, después de duros combates en los que participa toda la 1ª Brigada del entonces Teniente Coronel habilitado García-Valiño y Marcen. Los intensos combates donde intervino el San Ignacio continuaron hasta finales de abril. La línea de avance se jalono con la toma de los montes Basaguren y Sebigain, Satuario de los Santos Antonios, de Urquiola, Macizos de Amboto y Peñas de Mañaria, ocupándose Elorrio, Berriz y Durango apoyando al Tercio de Montejurra

 Acción de Peñas de Lemona ¡Gloria para el San Ignacio!

Después de las victoriosas acciones del Tercio en los caseríos de Bernagoitia, donde la actuación de las 1ª y 2ª Compañías fue brillante y felicitada por el Jefe de la Columna Tutor, el Tercio intervino en las operaciones sobre Amorebieta como la de los pinares de Santa Lucia. El 31 de mayo de 1937 se encuentra el Tercio en Amorebieta, villa totalmente incendiada y saqueada por los gudaris rojo-separatistas, y el 1 de junio comienzan estos las contraofensivas sobre las Peñas de Lemona guarnecidas por el Tercio Navarro de Nuestra Señora del Camino. El día 2 de Junio el Tercio de San Ignacio releva al del Camino. El día 3 de Junio (día de la muerte del General Mola) después de un bravo y tenaz ataque de las fuerzas de gudaris con abundante artillería, unido a la escasa cobertura de los defensores que quedaron sin municiones y en un número infinitamente inferior de efectivos tuvo que retroceder y ceder el dominio de las Peñas al enemigo no sin antes quedar casi el 50% del Tercio muerto o herido. De su bravura son muestras los siguientes datos: son bajas sus cuatro Capitanes (Santauja, Aramendia, Fernández Rin y Lucio Mugaburin), los Tenientes (Marzo y Eguiguren), el Alférez Doñabeitia y 270 bravos requetés, jornada brillante de gloria para el requeté Guipuzcoano.

Como no podía ser de otra forma para unos vascos con cojones como los requetés del San Ignacio. El día 5 de Junio los requetés fueron puestos en Vanguardia (A mi no me cabe duda que a petición suya) de un contraataque para la reconquista de las Peñas de Lemona, junto con los soldados del 5º batallón de Arapiles de la 3ª Brigada de Navarra. La bravura de los supervivientes del San Ignacio que asaltaron y tomaron de nuevo las Peñas de Lemona (MAS QUE BRAVOS FUERON TEMERARIOS).

Nos recuerda D. Javier Nagore Yárnoz entonces en la 1ª Brigada de Navarra , como en el contraataque  fue herido Felix Arrillaga -una bala le atravesó la cartera, sobre el corazón y otra le seccionó el humero-, y cayó también el Alférez del Arapiles Borja de Arteaga, hijo del Duque del Infantado, amigo del Zarauz de los veranos, que herido de muerte -testimonio del Pater de su Batallón a la Hermana de Borja, la Rvda. Madre Cristina de Arteaga (en proceso de Beatificación) , tuvo tiempo de decir: No tengo remedio, estoy preparado y confesado, vaya a asistir a mis compañeros, Se le encontró sobre su cuerpo la siguiente carta dirigida a su Madre que define el sentido de aquella Guerra como Cruzada.

Dios y España

Faldas de peña Lemona, 3 de Junio de 1937.

Queridísima Mamá: Quisiera escribirte una larguísima carta, pero no puedo ni me siento capaz de hacerlo.

Esta carta es una despedida, pues creo que está tarde Dios me llamará.

No entro en detalles, de los que ya te enterarás. Lo único que quiero es decirte que tengas valor  que no llores por mi, pues estaré mucho mejor que en esta tierra.

Es duro el sacrificio, pero Dios y España nos lo exigen y no podemos regateárselo.

dale un abrazo muy fuerte a papá; dile que quisiera evitarle este disgusto, pero no puede ser.

Te abraza fuertemente tu hijo que te espera allá arriba ¡Adiós y Viva España!.

BORJA.

 Después de la dura acción de Peñas de Lemona el Tercio que está completamente deshecho  y reducido a una sola Compañía es agregado al Tercio de Nuestra Señora del Camino con le que actuaría siempre en estrecho contacto y su historia  es la de este hasta el el 25 de enero de 1939 en que se procede de nuevo al desdoblamiento en Nules adscrito a la 58ª División del Cuerpo de Ejercito de Galicia contando con 19 Oficiales, 20 Sargentos y 529 requetés. Participó en el desfile de la Victoria en Valencia.

La 2ª y 3ª Compañías del Tercio de Nuestra Señora del Camino son los efectivos del antiguo Tercio de San Ignacio que operó en las campañas de Santander, Asturias, ocupando Castro Urdiales, Ampuero y Colindres, Puerto de tarna, etc.

Ya como Unidad de la 61ª División (2ª Brigada de Navarra)  sigue una trayectoria paralela a sus hermanos del Oriamendi ya en la dura estepa de Teruel (combates en la Muela y en las cotas 1062 y 1076) y paso del río Alfambra. El Tercio contribuye a sofocar un motín de tropas coloniales en Molina de Aragón.

Después del río Cinca y la toma de Barbastro se traslada al Sur de Alcolea del Pinar reconquistando la Nava al asalto, por lo que se le concede la Medalla Militar Colectiva. En el Frente de Levante y en el Maestrazgo, se distingue eñ día 10 de mayo de 1938 en el Castellar asaltando las posiciones enemigas (En esta acción muere el abanderado de la 3ª Compañía Melquiades Urtegaray Azterreca), que es, de nuevo, el primero en el asalto y recibe su herida mortal al clavar la bandera bicolor CARLISTA y ESPAÑOLA en la cumbre, consiguiendo la Medalla Militar Individual por Orden de 3 de marzo de 1939.  

 


El comienzo de la ofensiva de Emilio Mola en el tercio de San Ignacio.
Requeté Joshé de Arteche
 

Arechavaleta, 31 de marzo y 1 de Abril


Zoilo Barcaiztegui, buen amigo mío, compartió conmigo el Colchón de paja su última noche. "Creo que mañana tendremos jaleo” le dije. El, en vena de confidencias me contaba sus amores, Su tema predilecto en la intimidad. Al poco nos dormimos. A eso de las dos, un enlace nos despertó con la orden de bajar enseguida a concentrarnos en Apozaga-Echeberri con todo el equipo. -Ya sármao el fregao- sentenció Ch…el ribero, poniendose muy serio. La orden, acogida con entusiasmo, fue cumplida en poco tiempo en medio de gran bullicio. En Apozaga-Echeberri el grueso de la compañía aparecía ya formado. En un cuarto del caserío, el Pater, sentado en una cama, confesaba. Distribución de rancho frío; una lata de sardinas, pan, otra lata de mermelada. El capellán después de arengarnos, da a todos la absolución. –Ha llegado el día tan ansiado- dice –El día que todos ansiamos y en el que vamos a luchar contra los enemigos de Dios y los enemigos de la Patria-.
 

En algunas mochilas asoman, misteriosamente botellas de coñac. Un vivo se acerca al capitán a pedirle permiso para no se que asunto en Mondragón. “¡Pero hombre a quien se le ocurre!” – le dicen todos, comentando regocijados la lógica negativa-. “El no lo tenía seguro” –contestaba entre cínico e irresponsable- "Cabía alguna posibilidad de que dijera que sí" añade. ¡A formar! i Venga, a formar! -se oye por centésima vez. -Tú ¿en qué sección formas? Yo voy, a las órdenes del cabo Domecq -oigo decir a mi lado-.


En marcha. Bajamos a Arechavaleta; luego torcemos en dirección al pueblo de Uncella bordeando un riachuelo a la vera de un camino que pasa junto a unos preciosos caseríos, silenciosos, abandonados. Marchamos casi corriendo porque amanece. En una bifurcación, la Compañía se separa por secciones. La nuestra va por la derecha, hacia el monte Muru, por una pendiente empinada, descubierta. El enemigo rompe el fuego, primero en disparos sueltos, que pronto degeneran en nutrido tiroteo. Es raro que el barullo nuestro, no los haya despertado antes. Pasamos la descubierta agazapados, arrastrándonos, hasta alcanzar un pinar donde jadeando, pierdo de vista a mis compañeros, mucho más jóvenes que yo. Unos camilleros- bajan el primer soldado herido; va gimiendo tristemente. Por fin oigo las voces de los míos. Están resguardados en el pórtico de una pequeña ermita, al lado de un camino, en medio de un bosquecillo. Corro a guarecerme del fuego enemigo, que, al parecer dispara balas explosivas. Se las oye reventar en el aire; su estallido hiere los oídos. Nos tiran a placer, sobre todo desde un mogote muy cercano y dominante. Comienza a zumbar nuestra artillería. A los pocos disparos de ésta, el oficial nos manda avanzar en dirección al mogotillo. La orden se discute acaloradamente; Casi todos la encuentran descabellada. Barcaiztegui es de los que con mayor ardor la defiende. (Barcaiztegui, tenía un valor suicida. Alguien le echó en cara hace tiempo sus simpatías por los nacionalistas vascos. “Tengo unas ganas de que llegue el día para demostrar de lo que somos capaces”..¡Ya veremos quien va por delante!” solía decirme).


Se sienten los gritos de entusiasmo de la sección que a nuestra izquierda ha llegado en un alarde valeroso hasta cerca de los primeros caseríos de Uncella. Razón de mas para que la orden se acate. Nos disponemos a salir. Los tres mas decididos, abren camino, pero apenas salidos, en cuestión de segundos los tres caen en medio de un horroroso tiroteo. Uno vuelve por su pié; a los otros dos es preciso traerlos a rastras, tirando de sus cuerpos, hasta el pequeño pórtico, único punto no batido. Estamos como en una ratonera. “Tacolo” el recio estudiante de medicina, hace frente a la situación con serenidad. Dos -Barcaiztegui y Filetillo- están gravísimos; otro lamuela, grave. Del más alto optimismo la gente desciende a la más honda depresión de ánimo. Hasta hay conatos de desmayo. Los manteles del altar de la ermita, limpísimos, por cierto, son hechos tiras para vendar a los heridos, que se lamentan retorciéndose de dolor. Se quejan de frío. Me falta valor para despedirme de Barcaiztegui, un nudo me aprieta la garganta. “Fiterillo” me abraza; tiene el color de la muerte. No hace mas que llamar a su madre: ¡Ay madre! Cuando subíamos, al verme jadear me animaba diciéndome “¡animo Joshé, que Dios te tiene que conservar a ti la vida!".


Hacia las nueve llega a la ermita por el flanco derecho, arrastrándose, una sección de ametralladoras mandadas por un teniente andaluz entrado en años, sudoroso, los ojos desorbitados, espantados, y con un casco recubierto de tela parda. Está frenético; a cada momento prorrumpe: ¡Cabrones! ¡Hijos de...! ¡Tengo unas ganas de coger a un cura nacionalista y fusilado en. la primera plaza...!. Tiene orden de emplazar sus ametralladoras en la ermita. Pero no trae ni un pico. Afortunadamente nosotros los tenemos.  -Qué vamos a haserle, dice. Tendremos que destrosá la casa de Dió.


La ermita se halla dedicada a San Antonio de Padua. Retirada del altar la imagen, en un momento quedan abiertas tres troneras: una al fondo y dos a los costados. La ermitilla se convierte enseguida en un infierno; las ametralladoras retumban en el pequeño recinto con ruido ensordecedor. Perdemos la noción del tiempo transcurrido. Ninguno casi tiene reloj. Además, el día está nublado. Son las once y preguntamos: -Ya serán las cuatro ¿no?:" Y al mediodía: -Ya serán cerca las seis. parece un volcán en erupción; la artillería, y los aviones que se relevan sin reposo, descargan incesantemente sobre la cumbre.

Las ametralladoras de nuestra ermita no paran de tirar; a veces, en medio del fragor, algún 'sirviente pegando de firme hace recular las máquinas hasta el suelo con terrible estruendo. El viejo teniente no cesa de ordenar:
"Batirme los parapetos, rafaguita corta, rafaguita corta, do, tre tiro nama. Do tre tiro. Rafaguita corta…".


En salir un paso del pequeño atrio, ni pensar. Orinamos en latas vacías de conserva. Nos baten por todas partes. Un chico de Villafranca intenta salir apremiado, sin duda, por alguna necesidad. A penas da dos pasos un tiro lo atraviesa. La bala le ha dado en la cartuchera posterior cuya munición prende en un instante y sale por el vientre. –Me han matao, me han matao- gime el desgraciado cayendo en brazos de Ch.. El paquete intestinal sale por el boquete destilando un excremento verdoso y Ch.. se lo sujeta en un movimiento rapidísimo al mismo tiempo que le dice con su acento navarro, entre rudo y cariñoso: ¿Qué te pasa, majo? Si sus quejáis de vicio. Que yo he visto heridas mucho más malas y esto no es nada.. Pero el pobre se muere a chorros. Es preciso sacarle a él, lo mismo que a los otros; no hay tiempo que perder. Tenemos dos camilleros, dos héroes que se prodigan., repitiendo milagrosamente, con la protección visible de Dios, entre un diluvio de balas, una misión casi Imposible.

Dos hombres de bien cuyo recuerdo jamás olvidaré. ¡Qué dos héroes!. En Asensio-mendi los camilleros de la parte contraria trabajan también de gana; sus siluetas se recortan en el horizonte bajando por el lado resguardado del monte como dos puntos siempre a igual distancia el uno del otro y andando a idéntico y apresurado paso. Me impresiona verlos.


Oleadas asaltante suben gateando la ladera de Asensio-mendi. Contamos una vez, dos, tres, cuatro, hasta cinco veces en la tarde interminable. Todos los cañones y la aviación se concentran sobre la cresta, que semeja vomitar materia ardiente. Un volcán debe ser algo parecido. La tarde se prolonga interminable. El fuego decrece por nuestro lado. Los combatientes de una y otra parte somos ya espectadores de la furiosa batalla que se libra en Asensio-mendi. Desde el pequeño pórtico todos estamos mirando allí con angustia. Enfrente de nosotros ocurre probablemente igual. Todo depende de allí. Las sombras comienzan a espesarse. Ahora, ahora parece ser la decisiva. Vemos claramente cómo los defensores del monte reculan bajo el fuego horroroso, pero vuelven en seguida. Los atacantes han alcanzado la media ladera. Poco a poco, los fogonazos de las bombas de mano van acercándose, como por tramos, a la cumbre. La tensión es terrible. Por fin la última bomba estalla en la misma cresta. Ya es de noche. No se ha oído ningún grito de victoria. ¿Han tomado Asensio mendi? Nadie sabe damos razón. El mismo teniente duda.


Un silencio impresionante se extiende por todo el ámbito. Comienza a lloviznar. La oscuridad es completa; el silencio estremecedor. Nunca me ha parecido más imponente silencio alguno; sus acordes son el ruido, frío, de la llovizna cayendo blandamente sobre los árboles, y de tarde en tarde, rompiendo espacios solemnes, la explosión de alguna granada de mano. Entonces una luz lívida ilumina el pinar un instante. Ni siquiera hablamos; cuchicheamos. Emboscados detrás de las inquietantes siluetas de los árboles que rodean la ermita, montamos la guardia. Dentro se amontonan requetés y soldados en la oscuridad más completa. Con devoción profunda, rezamos bajito, por grupos, el Santo Rosario. Un capitán llega a la ermita. Es un poco viejo, un hombre que no sé decir por qué, me ha gustado siempre. Creo que se apellida Ochando. Parece algo sentimental. Se abraza al teniente diciéndole: -"El día de hoy ha sido de emociones enormes. Pero para que usted vea que no les olvido, aquí vengo a abrazarle en cuanto he podido." Por un instante su linterna ilumina la ermita, y al contemplar el abigarrado grupo acurrucado y silencio.

¡Pobres chicos!
La guardia observa bajo la lluvia fina e implacable. Estamos a muy poca distancia de las trincheras contrarias. No se ve casi nada. Todos los sentidos se nos vuelven oído.

A eso de las cuatro, un enlace del capitán viene con orden de que abandonemos la ermita para unimos a la compañía. Nos preparamos, contentísimos, en un santiamén. Una fila de muchachos marcha por el embarrado camino tanteando obstáculos en la oscuridad. ¡Pronto, pronto, antes que se haga claro! -nos  decimos unos a otros por lo bajo. - ¿De quién es este fusil? ¿De quién es este fusil?.Ah, de éste. . .! "Este" es un pobre muchacho muerto que, brazos en cruz, cara a la lluvia, con la boca abierta como una caverna, obstruye el estrecho sendero. ¡Cuidado! No pisarle.


El camino está marcado a todo lo largo con una liz blanca. Aquí han pasado los Ingenieros. Al alba, después de mucho andar, llegamos donde se halla la Compañía, bajo la loma inmediata a Asensio-mendi por la derecha, en una somera trinchera improvisada en un repliegue de la pendiente. Los disparos explosivos nos destrozan los tímpanos. Acurrucados, intentamos descabezar un sueño. Los gritos desgarradores de los que se sienten heridos nos despiertan de cuando en cuando. Comienza a tirar la artillería; luego los aviones en formación escalonada. Un poco más tarde la orden de avanzar. Desplegamos hacia la izquierda en guerrilla, unas veces agazapados, otras a todo correr. Se oyen los gritos de júbilo de los primeros en alcanzar la cumbre de la loma:- ¡Viva España!.


Dos camilleros bajan un prisionero herido. Me acerco. ¡Matarme, matarme! - grita el desdichado Está herido en ambas piernas; intensamente pálido, destila por la boca una baba espesa, lechosa. En la cumbre hay un rojillo muerto. Tiene cara de minero; parece tener bastantes años. Me llama la atención su buen equipo. A cierta distancia hay otro muchacho, muerto también al parecer. Una fuerza extraña me lleva a su lado. No sé por qué me parece que aún vive. Está caído hacia atrás, el cuerpo completamente curvo, pero sin que las plantas de los pies hayan perdido contacto con el suelo, los ojos vueltos, totalmente blancos. Acercándome le pregunto, arrodillado, casi al oído: - ¿Sabes rezar, muchacho? No contesta, insisto. A mi lado, de pie, se halla ahora un sargento de la Compañía que me parece está aquí poco más o menos como yo. Junto con él rezo clara y lentamente, vertiendo al oído del presunto ag6nico el Padre nuestro, el Ave María, el Gloria. En el instante mismo en que terminamos el último amén, se dibuja en la cara del muchacho un gesto de entrega: su cabeza se rinde a un lado, ya roto el hilo vital. Me viene al momento el recuerdo de un detalle de una vieja lectura; creo tenerlo leído en un libro de Hugo Benson que el oído es el último sentido que muere. Seguramente no nos morimos tan pronto como creemos; los hombres muertos al parecer nos escuchan en ese espacio que separa la muerte aparente de la muerte real. Y probablemente en ese espacio de tiempo ocurre lo esencial. Este chico me ha debido de oír antes de expirar. La verdad es que siento adentro del alma una tranquilidad rara; me invade cierta extraña alegría.

Un soldado se acerca y registra el cadáver. Tiene seis reales. Me quedo con su carné del Socorro Rojo Internacional extendido a nombre de Dimas Gutiérrez, de Valmaseda, de diecinueve años de edad. Antes de alejarme le miro por última vez. Amigo mío que llevas el nombre del arrepentido de última hora -le digo interiormente-. Yo estoy seguro de que volveré a encontrarte. Tengo la seguridad de que algún día saldrás al encuentro de un amigo imprevisto cuya alma, a pesar de las apariencias, no tenía uniforme, y que se te acercó al final de un combate, en tu postrero minuto, a repetirte al oído las oraciones de tu niñez. Desde la loma conquistada se domina el espléndido valle de Aramayona. Recorro la posición recogiendo los periódicos, revistas y papeles tirados por todas partes. Hay también muchas tarjetas postales en blanco con membrete de la columna Meabe. Hojeo una revista anarquista muy bien presentada en cuyo texto priva la preocupación sexual y donde hay, entre otras, unas atrocidades contra la Santísima Virgen María, y consejos para la cura de la sífilis. Me llama la atención un periódico cenetista con un artículo que protesta de cierto intento de repetir otro abrazo de Vergara. Cerca de la cresta, que las bombas han llenado de profundos cráteres, un barracón de bastante confort ostenta señales inequívocas del paso reciente de mujeres. Esparcidos por el suelo, medias, jabones, zapatillas. Formamos para entrar en el pueblo de Uncella. Algunos obstinados nos tirotean aún desde la cumbre del Muru.

Los caseríos del pueblo estaban desalojados pero tan pronto como entramos, la gente, dando muestras de contento, vuelve apresuradamente para ver sus antiguas casas. Los contrarios han dejado en ellas muchos libros. En una plazoleta veo organizándose a toda prisa una quema de libros. Hay en el suelo un gran montón preparado para arder. Mientras lo husmeo, uno me dice a grandes voces al mismo tiempo que con inmenso desprecio tira al montón algunos ejemplares: -Mire que libros. ¡Julio Veme! ¡Julio Veme! ¡Julio Verne! ¡Qué libros. . .! Parece profundamente escandalizado. Con toda seguridad es el eufónico nombre del inocente autor francés el que suena nefando a sus oídos. ¡Julio Verne! Le tranquilizo ponderándole, con cierta timidez dada su gran indignación, la obra de autor tan amable para con la infancia, y consigo convencerle. He salvado al buenazo de Verne de la infamante pira.


Por el mismo camino de ayer bajamos a Arechavaleta. Con nosotros vuelve larga hilera de camilleros llevando rígidos cadáveres de brazos extendidos y balanceantes. Por el camino vamos sabiendo noticias. De nuestra sección murieron entre otros Barcaiztegui y "Fiterillo". También murió el Comandante del Tercio. Barcaiztegui ni siquiera llegó vivo al hospital; se estremeció en el momento de llegar a las primeras casas.


A la entrada del pueblo me aguarda Carmen, joven bilbaína a quien la guerra cogió en Burgos, la misma de quien Barcaiztegui me hablaba su última noche. Tiene los ojos enrojecidos de llorar. Ayer por la tarde se acercó, llevada por el presentimiento, al paso inacabable de las camillas. Vió que en una asomaban un par de pulcras polainas blancas. Los camilleros depositaron la camilla en el suelo. Ella se acercó. ¿Sería él? Aquellas polainas. .. Los camilleros tenían. Piadosamente cubierto el rostro del muerto con la manta. Ella lo destapó. Efectivamente, era Barcaiztegui. Parecía dormir.  Mientras en la casa donde ella vive, Panchica, (otra víctima de la guerra, madre de cuatro hijos, viuda de un obrero solidario vasco fusilado por los nacionales), nos prepara caritativa de cenar a un pequeño grupo de amigos, Carmen quiere a todo trance Sonsacarme cuanto Barcaiztegui me decía de ella anteanoche. ¡Que pena me da!.

 

Cota 333

 

Cota 333, 12 mayo

Está visto que a nuestra Compañía le toca marchar a las posiciones de más compromiso. Estamos en. la posición más avanzada sobre Amorebieta, la misma que sentíamos contraatacada tan continua y furiosamente las noches pasadas. ¡Prepararse! ¡Estar todos preparados! nos gritaban los oficiales a cada momento en medio del sueño. De día estaba prácticamente aislada. El último trecho del camino era infranqueable. El primer pelotón de la Compañía ha abierto el camino cavando, según avanzaba a rastras, una zanja por donde luego hemos pasado todos. Las trincheras y parapetos son de lo más somero. Ahora comprendo por qué la mayor parte de los muertos y heridos de aquí y que pasaban por delante de nuestro acantonamiento, tenían sus cabezas destrozadas. .Las trincheras de los de enfrente están de cincuenta a cien metros de distancia. El tiroteo es intenso. y continuo. Primera orden que nos han dado.- No asomar las cabezas por nada del mundo. Segunda. Mucho cuidado por la noche, pues aquí, la guerra es nocturna. Tercera.- Calar las bayonetas. Cuarta.- Las guardias durarán tres cuartos de hora únicamente.


Cota 333, 13 mayo

¡Qué tremendo zafarrancho anoche! Contraataque. Contraataques. El primero sobre todo terrible. Fragor ensordecedor. Parecía. que al son de un tambor gigantesco la tierra vomitaba fuego. Si no por la oscilante lividez de la luz hubiérase dicho en algunos momentos ser de día. Las trazadoras tejían en el aire hilos luminosos. Y en medio del estruendo, voces de ¡ capellán! ¡capellán! ¿Cuánto duró el primero de los cuatro contraataques? Uno de la Primera (que está debajo, casi fuera de la posición) que midió el tiempo, reloj en mano, me dice que duró tres cuartos de hora. Yo hubiera dicho que a lo sumo diez minutos. En momentos así, la idea del tiempo transcurrido desaparece. A intervalos volvíamos a una calma relativa. Entonces, los muertos parecían dormir a la luz de las estrellas. Y algún que otro avión mosconeaba en lo alto. Al primer contraataque salieron al asalto, pero fueron materialmente segados.
 

La posición forma un hoyanco en una pequeña eminencia de altura desigual. En lo más elevado hay desde hace días tres falangistas insepultos. Es una zona completamente batida y no hay forma humana de retirarlos. El sol poniente brilla en la cantimplora de uno de los cadáveres. Anoche, cuando el primer contraataque, sentía un temblor en las piernas que no podía dominar, pero vi a otros a mi lado a quienes les castañeteaban los dientes.
Prefiero con mucho mis piernas endebles a mandíbulas tan escandalosas.


Cae la tarde. La artillería contraria comienza a bombardeamos atrozmente. Resuenan horrísonas las explosiones en el embudo que la posición forma. Sacos terreros, chabolas, hombres, vuelan por los aires. Los árboles segados por la metralla, dibujan al derrumbarse trágica reverencia. De pie sobre una roca, con insuperable indiferencia de la vida, nuestro capellán comienza a rezar en voz alta el Rosario por los muertos, que nosotros contestamos resguardados donde buenamente podemos. -Dios te salve María... ¡Bumb! El capellán tiene continuamente que repetir: -Dios te salve María, llena eres de gracia... ¡Bumb! Está oscureciendo. Aún no ha pasado más de un día y entre los que faltan definitivamente y los heridos,!cuántos huecos!


Cota 333, 14 mayo

La parte alta de la posición está defendida por falangistas navarros mandados por un capitán de la Guardia Civil de cara tosca, pero noble. Viste pantalón de guardia civil y camisa azul y lleva siempre al costado una bota de vino colgada del hombro izquierdo. Su voz poderosa suele resonar en medio de las descargas con acento imponente, sobre todo de noche. ¡ Vivan mis valientes!. ¡Hala mis valientes! Dicen que el capellán que tienen, es capuchino, y que en los contraataques, sin dejar de cumplir su ministerio, ayuda con todo entusiasmo a la gente llevándoles las municiones al parapeto. Lo quieren mucho lo mismo que el capitán.

Entusiasta del paisaje como soy, noto que casi he perdido la facultad de admirarlo. Y el que desde aquí se contempla, es bien precioso. Todo el Duranguesado se extiende delante en pleno verdor primaveral, resguardado a un costado por la cadena del Amboto y teniendo como fondo el peñón de Udalaitz. Paisaje admirable que parece decirme: -Ya veo que no me miras como antes, pero ya sé por qué. Comprendo lo que te pasa...

En el parapeto. Ya sé que algunos me miran, pero no puedo, no puedo tirar. Y mientras hago como que estoy leyendo este libro, cuyo título, Boinas rojas en Austria, nunca podré separar de esta circunstancia en que me veo. Porque más que leer, me analizo con encarnizamiento. Las bajas que hacemos, se ven a simple vista. Acaba uno a mi lado de gritarmé todo gozoso haber dado a uno.. No sé si me he sonreido, pero cuando menos he dibujado una mueca. Y ya me remuerde. No sé qué clase de gente hay delante. Y aunque lo supiera, para nadie, absolutamente para nadie tengo el menor odio. Siento que me es imposible tirar. En un combate a campo abierto Dios dirá, pero aquí es que no puedo, no puedo.  Esa insistencia tan poco natural de algunos por sacar sus brazos fuera del parapeto, me va resultando muy sospechosa. Y más todavía esas piruetas que quieren ser juguetonas y llevan las piernas a 1o mismo.


Cota 333, sábado, 15 mayo

Relevo. Dejamos esta fatídica y famosa cota. En lo alto, sobre una roca, están todavía los tres falangistas de los muertos el domingo pasado. Desde entonces no ha sido posible retirarlos. En el camino, la eterna pregunta de los relevos: - ¿Qué, tiran mucho? -Se arriman nerviosos a orinar a los pinos del camino. Ahora recuerdo que nosotros fuimos haciendo exactamente 1o mismo. Voy enfermo al hospital de Durango.

 

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